viernes, 25 de septiembre de 2020

Nuestras “Fiestas tradicionales venezolanas” en el Programa: “La Fiesta es con las Bandolas”. Por Alexander Lugo Rodríguez


 

A continuación presentamos una muestra de las Fiestas Tradicionales venezolanas que de gran impacto y vigencia, que se han difundido en nuestro programa “La Fiesta es con las Bandolas” transmitido los sábados por “Alba Ciudad” 96.3 FM. Estos festejos abarcan todo el territorio nacional, desde las regiones más al occidente con su culto al “santo negro” Benito de Palermo (Zulia, Mérida y Trujillo), Los Tamunangueros y Zaragozas de los estados centro occidentales con su epicentro en el estado Lara, los Sanpedereños de la zona cercana a la capital, Guatire y Guarenas. Aunado a estos, hablaremos de dos manifestaciones que se extienden por casi todo el territorio de por sí, ellas solas, nos referimos al Culto a San Juan, con su retumbar de tambores por todos los pueblos de la amplia costa venezolana y los Velorios de Cruz de Mayo, conmemorados ampliamente por todo el país y con sus dos tipos principales expresado en la Fulía Central y la Fulía Oriental.

 

En Venezuela se celebran a lo largo del calendario, una serie de “Fiestas” tradicionales donde se conmemoran diversas efemérides y festejos del santoral, que heredamos en su mayoría de España, y que se han mestizado, como casi todas nuestras tradiciones, con los aportes de nuestros pueblos originarios llamados “Indios” por el europeo llegado de improvisto y totalmente desorientados, a nuestra “Tierra de gracia”. A este sincretismo cultural le faltaría un elemento vital que conformaría una trinidad de saberes y sabrosuras, como fue el gran aporte de nuestros hermanos venidos en situación de esclavitud del centro del África. Al fin tendríamos así nuestra herencia y nuestro gran acervo que nos define como un Pueblo noble y de ricos valores.

Somos un pueblo festivo, un pueblo que canta y que baila sus primores, y sus devociones, y se engalana en sus rituales de ritmos y cadencias. Somos un pueblo que en los jolgorios, vehementemente se derrama en ternuras de cantos y frenetismo de bailes; que en los contrapunteos propios de la Porfía, a fuerza de vitalidad e ímpetu irrefrenable, destrona toda catedral de señorío sometedor y petulante, así sea el mismo mandinga, al que mentamos porque ¡conocemos de cerca!

Canta y baila nuestro pueblo en las Parrandas procesionales que recorren con sus polvaredas en tropel, llevando en su alegría las voces ensalmadoras de los males que la acosan. Hay “maldiojos” y “daños” que por muy malignos que sean no soportan a un gentío desbarajustado cantándole al amor y a la fe. Los tropeles de San-pedreños, las danzas simétricas de Los Diablos de Corpus Cristi. Los tambores chimbangleros encendidos invocando a su Dios “Ajé” con el negro San Benito al hombro, los vistosos “Zaragozas” que en coloridos y campaneantes atuendos cantas polifónicamente por calles de vecinos en Sanare, alertando que el maligno busca criminalmente la sangre de inocentes, porque dicen que por Carora anda “El Diablo Suelto” y hay que darle palo a ese demonio.

Velorios de Cruz

Se celebra la Cruz de mayo mediante los llamados “Velorios de cruz”, ritual en el que, además de los rezos de rigor, se canta y se dedican versos al “santo madero”. Las fiestas a la cruz se inician el tres de mayo, y continúan, en fines de semana, durante todo el mes, culminando el 31. Ese día se enlaza con la entrada del mes de San Juan, al que se le consagra todo el mes de junio.

Cada región de Venezuela tiene su manera particular de celebrar los velorios, aunque colocar el altar y vestir a la cruz es un preparativo común. Es creencia de los agricultores que iniciaron estas ceremonias en honor a la santa cruz, que al adornarla con frutos y flores, se garantiza abundante cosecha el siguiente año.

En las poblaciones de la costa central se cantan Fulías, con un ritmo y un canto, así como los instrumentos usados, que evidencian una destacada presencia cultural afrovenezolana. En oriente el instrumento protagonista es el bandolín o la bandola oriental y en el llano los velorios se acompañan con cuatro o bandola llanera.

El Tamunangue

Salves, Batallas, Sones, Galerones, Garrotes, el néctar del Ágave, la devoción a San Antonio, las tres raíces danzando en un mismo ímpetu con perrendenga, yiyivamos, poco a poco o juruminga, al compás del tamunango negroide y la maraca “india”, junto con los rasgueos llorones de los cordófonos que desembarcaron por el “Golfo Triste” de Paria. Estos bailes que se envalentonan comenzando el mes de junio en pantomimas arlequinescas o en figuras valseadas con sus cantos juglarescos y antifonales, representan toda una cosmogonía de arcanos y secretos episodios de encuentros y desencuentros, desencadenantes de toda una identidad policromática, en refriega permanente.

Se dice que en El Tocuyo, una luna roja anunció todo un desenlace sangriento que nos cambió la historia y de aquellos áridos terrones y secos espinos, surgió una música florida y aromática como el agua de un manantial, buena para la cosecha, buena para la esperanza, buena para la querencia…  “Buena pa’ que vivan todos con bienestar y sin quejas, buena pa’ que la miseria se aleje de Venezuela, buena para que los ríos no los seque la candela” (Alí Primera).

San Juan Redoblado

Gracias a la mediación de José Julián Villafranca con el Altísimo, San Juan si pudo celebrar su día el 24 de junio. Este es un día glorioso para la negritud en Venezuela. Revientan por los cuatro costados de la patria todos los tambores venidos del África y aclimatados en el trópico caribeño en sus diversas variantes de toques, bailes y cantos. Minas, Cumacos, Burro negro (cumaco grande), Tamboras de fulías, Culo é puyas, Quitiplás, Quichimbas, Pailas, Curbatas y Laures; se desgranan en toques frenéticos desde la medianoche de la víspera de San Juan. Muchos de estos tambores están referidos sus nombres a la toponimia del lugar de origen: Tambores de San Millán, Pipas de Naiguatá, Pailas de Patanemo, Furruco de Barlovento, Tambor de Tarma, Redoblante de Guatire...

Estos repiques cohesionan a la población que se entrega al “día más largo del año” con frenesí, es una de las fiestas que se vive con más intensidad en la Venezuela espiritual y devocional. Es el inicio de la recogida de cosechas de cacao y los cantos en coro van cruzando por toda la geografía con sus ejidos ceremoniales, son sangueos, malembes, Cantos de sirena, Cambullón, Tonos de culo é puyas, Macizón. Las fiestas de San Juan son verdaderamente mágicas, los dueños del espacio son los tambores, sus cantos y sus frenéticos bailes.    

El Joropo

El “parrando” por excelencia en Venezuela es el Joropo, ocupa su expansiva onda de aires bailadores, casi todo el territorio nacional. Desde más de un cuarto de siglo se viene llamando así, con ese grave y rítmico fraseo: Jo-Ro-Po. En un tiempo se le estigmatizó como Fandangos, al colonizador le cuesta soltar sus símbolos y marcas de herraje que han fundido en el duro cuero levantisco del rebelde nativo, salvaje o amerindio. Pero Joropo era y joropo es el baile, la música y el retumbante festejo que más suena y se asemeja a esa otra palabra, desmeritada en su primera mención, y ennoblecida luego por todos sus hijos libertadores: VENEZUELA. El Joropo no sólo se canta y se baila por todo el país, este se lleva dentro, se vive, se celebra, se sufre y se ama en toda su intensidad.

El joropo es parrando y escobilleo en el baile, “empatando noches con noches”, es composición de autor y creación colectiva, es anónimo y variante de todos, es tramolear del canto, y contrapunteo en la porfía y tañío del coplero, es bastimento del veguero, es querencia que palpita en el pecho, es baquiano de las coplas, por trochas y atajos, y senderos que cruzan aguas, montes y lejuras, y también es poesía doliente y es guayabo de amaneceres aquerenciado de “un anhelo de honda vida”. Y es el joropo, en sí, el arte de enlazar amores.

 




Autor: Alexander Lugo R.

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