En una primera sugestión. Deduzco que Simón –hombre de prolongadas afinidades con la tierra que lo sostuvo y que él no se cansó de pintar en coplas y exquisitas sonoridades- viene siendo sin titubeos, una clarinada madrugadora de los espeso y lo sutil que nos toca hondo y que sentimos representar, en cada rincón de la patria.
Las
revisiones históricas de aquello que nos va conformando como gentilicio y como
sujetos de una comarca, desde los primeros aventureros que se propusieron
heroicamente darnos un nombre y una nacionalidad, y decirnos quiénes éramos y
hacia dónde había que ir -a pie, en curiara o a caballo- rezuma en su densidad,
la génesis milagrosa de la raza y estirpe de lo venezolano.
Porque
una vez hubo uno que imploraba por cantarle a Venezuela. Porque sus tristezas –la
de él y la de la patria- eran menos en la copla y se consolaban en la sutileza
de la tonada. Porque ofreció su aliento eternamente, como el sol que pinta los
maizales, como las brisas que despeinan las palmeras. Porque entre el mar y los
bramantes ríos, se pulsa a diario una tierra hecha de sangre y de espuma.
Y
mentar por su nombre a esta tierra de gracia es como si dijéramos ¡Simón!, en la trinidad
de su luminosidad. Por la hechura, del maestro, filósofo e inventor, por la
talla del guerrero iluminado y encendido de abriles y por la modulante copla en
labios del sanador principal de quebrantos.
Cuando
lo rememoro me percato que lo requiero, y que algo nos queda faltando de la
cosecha de su esplendor. Y que sus finas melodías, cambiantes a cada instante,
precisan de su ordeñador mayor, pescador de luceros en los amaneceres. Poeta de
trémula fibra, aquella con que se tuerce el bejuco que empatando los corazones,
esguazados por el mal querer, o por la indolencia de las distancias, nos repara
el aporreado candor.
Ninguna
demostración de su talante como oírle en su ternura: “Dile a mi viejo querer / que ya la estoy olvidando / pero nunca se lo digas / que te lo dije llorando”. De tanto mirar
la sabana, el paisaje se prendió de sus pupilas: “Llegáronme tus besos a mi vida / mojando mis lejanas primaveras / después
de tantos soles sin lloviznas…”.
El
ejercicio de las letras, que fue perfeccionando Simón, lo elevaron a la condición
de bardo popular, no sólo de la llanería, que lo era por antonomasia, sino de
la canta y copla veguera junto a los tratamientos de honda poesía. Y para
seguir pastoreando el verso, que se endulza en sus pasajes, recuerdo unos que
se dicen en el íngrimo desconsuelo: “…las
cuatro vacas que tengo / de pronto se quedan solas / como se quedaron solas /
cuatro cuerdas, cuatro palmas…”.
Rastreando
la Tonada –“que su fina voz modula”- nos adentramos en esa hermosa forma de acompañar
la faena diaria del hombre con su entorno, paisajes de amaneceres, y
crepúsculos que perduran más allá de nuestro olvido. Doliente canto tendido en
la inmensidad, o susurro íntimo de irrepetibles confesiones, que nunca sabrán
que él salió una tarde ceniza a enjugar otros paisajes y llenarlo con sus silbos:
“mañana cuando me vaya / quién se
acordará de mí / solamente la tinaja / por l’ agua / que le bebí”.
Proseguía
Simón en su “Corral de Ordeño”, imperturbable, imaginario, eterno:
“Ya viene saliendo el sol / y no siento
tu presencia / llegas tarde a la querencia (‘Penitencia’) / me estoy muriendo
de amor (‘Bella Flor’)”. Y con una “Luna
Llena” del color de la arena, trémula y enamorada abotonada a la camisa:“Yo ‘vide’ una garza mora / dándole combate
a un río / así es como se enamora / tu corazón con el mío.”
Proseguirá
así, palpitando con su llanería, en las noches propicia a la memoria de su voz
infinita y sus arcanos versos de reminiscencias sonoras. Son para Simón Díaz en
su eternidad, todos los destellos, entretejidos en la memoria. Tal como lo
deseó no dejamos de invocarlo: “y si quiere mi voz un día marcharse / que no me
quite Dios poder cantarte” ("Déjame que te cante Venezuela").
No, no quiero
Que olvides mi nombre
Mi cielo, mi vida
Se muere y espera
(“Despedida”:
Simón Díaz)
Con
la “luna nueva” del día 8 de agosto A las 2:20 de la madrugada, observando con
claridad la lluvia de estrellas.
El
día del cumpleaños número 93 de Simón Díaz
Alexander
Lugo Rodríguez
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