domingo, 8 de agosto de 2021

DÉJAME QUE TE CANTE SIMÓN. Por Alexander Lugo Rodríguez


 

En una primera sugestión. Deduzco que Simón –hombre de prolongadas afinidades con la tierra que lo sostuvo y que él no se cansó de pintar en coplas y exquisitas sonoridades- viene siendo sin titubeos, una clarinada madrugadora de los espeso y lo sutil que nos toca hondo y que sentimos representar, en cada rincón de la patria.

 

Las revisiones históricas de aquello que nos va conformando como gentilicio y como sujetos de una comarca, desde los primeros aventureros que se propusieron heroicamente darnos un nombre y una nacionalidad, y decirnos quiénes éramos y hacia dónde había que ir -a pie, en curiara o a caballo- rezuma en su densidad, la génesis milagrosa de la raza y estirpe de lo venezolano.

 

Porque una vez hubo uno que imploraba por cantarle a Venezuela. Porque sus tristezas –la de él y la de la patria- eran menos en la copla y se consolaban en la sutileza de la tonada. Porque ofreció su aliento eternamente, como el sol que pinta los maizales, como las brisas que despeinan las palmeras. Porque entre el mar y los bramantes ríos, se pulsa a diario una tierra hecha de sangre y de espuma.

 

Y mentar por su nombre a esta tierra de gracia es como si dijéramos ¡Simón!, en la trinidad de su luminosidad. Por la hechura, del maestro, filósofo e inventor, por la talla del guerrero iluminado y encendido de abriles y por la modulante copla en labios del sanador principal de quebrantos.


Cuando lo rememoro me percato que lo requiero, y que algo nos queda faltando de la cosecha de su esplendor. Y que sus finas melodías, cambiantes a cada instante, precisan de su ordeñador mayor, pescador de luceros en los amaneceres. Poeta de trémula fibra, aquella con que se tuerce el bejuco que empatando los corazones, esguazados por el mal querer, o por la indolencia de las distancias, nos repara el aporreado candor.

 

Ninguna demostración de su talante como oírle en su ternura: “Dile a mi viejo querer / que ya la estoy olvidando / pero nunca se lo digas / que te lo dije llorando”. De tanto mirar la sabana, el paisaje se prendió de sus pupilas: “Llegáronme tus besos a mi vida / mojando mis lejanas primaveras / después de tantos soles sin lloviznas…”.

 

El ejercicio de las letras, que fue perfeccionando Simón, lo elevaron a la condición de bardo popular, no sólo de la llanería, que lo era por antonomasia, sino de la canta y copla veguera junto a los tratamientos de honda poesía. Y para seguir pastoreando el verso, que se endulza en sus pasajes, recuerdo unos que se dicen en el íngrimo desconsuelo: “…las cuatro vacas que tengo / de pronto se quedan solas / como se quedaron solas / cuatro cuerdas, cuatro palmas…”.

 

Rastreando la Tonada –“que su fina voz modula”- nos adentramos en esa hermosa forma de acompañar la faena diaria del hombre con su entorno, paisajes de amaneceres, y crepúsculos que perduran más allá de nuestro olvido. Doliente canto tendido en la inmensidad, o susurro íntimo de irrepetibles confesiones, que nunca sabrán que él salió una tarde ceniza a enjugar otros paisajes y llenarlo con sus silbos: “mañana cuando me vaya / quién se acordará de mí / solamente la tinaja / por l’ agua / que le bebí”.

 

Proseguía Simón en su “Corral de Ordeño”, imperturbable, imaginario, eterno:

“Ya viene saliendo el sol / y no siento tu presencia / llegas tarde a la querencia (‘Penitencia’) / me estoy muriendo de amor (‘Bella Flor’)”. Y con una “Luna Llena” del color de la arena, trémula y enamorada abotonada a la camisa:“Yo ‘vide’ una garza mora / dándole combate a un río / así es como se enamora / tu corazón con el mío.”

 

Proseguirá así, palpitando con su llanería, en las noches propicia a la memoria de su voz infinita y sus arcanos versos de reminiscencias sonoras. Son para Simón Díaz en su eternidad, todos los destellos, entretejidos en la memoria. Tal como lo deseó no dejamos de invocarlo: “y si quiere mi voz un día marcharse / que no me quite Dios poder cantarte” ("Déjame que te cante Venezuela").

 

No, no quiero

Que olvides mi nombre

Mi cielo, mi vida

Se muere y espera

(“Despedida”: Simón Díaz)



Con la “luna nueva” del día 8 de agosto A las 2:20 de la madrugada, observando con claridad la lluvia de estrellas.

El día del cumpleaños número 93 de Simón Díaz

 

Alexander Lugo Rodríguez

 

 

 


  

 

  

 

 

    

     


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