Si Venezuela se hundiera alguna vez
y quedaran los discos de La Billos flotando
se podría reconstruir el país
(Aquiles Nazoa)
Mencionar el nombre de Billo es referirse
a un hombre-orquesta que fuera también
un alucinado poeta enamorado de una ciudad, es evocar la imagen de un caballero
dedicado al pobre propósito de asombrar con sombreros y con armonías. También es
evocar la noción del arte musical como un juego selecto de emociones –a la
manera del análisis Cartesiano, donde la Música tiene por misión: “Fascinar a
los hombres y despertar en sus almas los más variados sentimientos”- y la del
poeta y filósofo donde La Música produce un tipo de placer sin el
que la naturaleza humana no puede vivir. Por ello es que nombrar a Billo supone evocar el fatigado crepúsculo
de mediados del siglo siglo XX y esa articulada pompa de los salones del dancing o de la pantomima caribeña en el
desfile de máscaras. Ninguna de estas evocaciones es falsa, pero todas
corresponden a verdades parciales y contradicen, o descuidan, hechos notorios.
Billo fue una especie de simbolista, un
gran cronista y sentimental bardo del imaginario popular de la urbe. Se destaca
en sus temas la melancólica añoranza como en: “Epa Isidoro”, Caracas Vieja”, “Nuevo
Circo” y sobre todo en “Sueño Caraqueño”: Han
cambiado mi Caracas compañeros, poco a poco se me ha ido mi ciudad, la han
llenado de bonitos rascacielos, y sus lindo techos rojos ya no están. Los pasteles
de Tricás después de misa, el Pampán de Gradillas a Sociedad, los vermouth los
domingos por la tarde, donde toda la cuerdita iba a bailar…
La métrica en Billo es espontánea,
aunque cuadrada y predecible. No busca sorprender experimentando, se va por los
caminos reales del sonido, no le preocupa que lo tilden de “gallego” o elemental
en el swing. Si procura los juegos tímbricos de los roncos saxofones en antífonas
con los metálicos brillos de trompetas y trombones. Diálogos recurrentes que aprecia
y copia frugalmente de Pérez Prado. Los coros son otra cosa, especies de semi-montunos
apaciguados y con mucha cadencia para el baile. Definitivamente para él, el
bailador es lo principal y lo tiene presente siempre que se sienta al piano a
componer o elaborar sus sabrosos arreglos. “Música pa’l bailador” podría
perfectamente ser su lema. Y el público se lo agradece con fidelidad y
devoción.
Tiene de su Santo Domingo inolvidable
un apego al sonido caribeño lleno de nostalgias, esa predilección por las
sordinas en las trompetas son reminiscencia de algo distante que se trajo
prendado en la camisa, también hay una lejana tristeza en los coros a tres
voces como en lamentación. Los solos de trombones y saxos son otra cosa, como
diciendo yo siempre me supero a la adversidad, es un hombre que se supera
diariamente a sí mismo y a su medio, muchas veces hostil.
La simplicidad de su técnica para la
sección rítmica de la orquesta puede ser un argumento a favor de su grandeza como
orquestador. Ante la impecable armonización y presencia de Luis Alfonso Larrain
–su gran amigo- o la genialidad tímbrica y explosión rítmica de Aldemaro –su gran
antagonista- Billo se mantiene, guapachoso,
alegre y fiestero, con su estilo ya un poco anacrónico pero sembrado en el
gusto de los bailadores. En eso no tendrá rival, será el músico de la calle, de
los templetes del carnaval, de los barrios bullangueros, pero también de los
grandes salones y los círculos bonchones
de la ciudad.
Una cosa especial será su música para
la época de pascuas y despedida de año, “Cantares de Navidad” suena a una época
de tan familiar festejo que se mete dentro de uno para entonar a coro: “La
Billo Caracas pide al Dios del Cielo, que todos pasemos feliz año nuevo”. Y
pueda “solear” Cheo García con su inconfundible brillo: “En las navidades canto
con cariño para que se alegren todos mis amigos”. También en la alegría de esas
fechas asoma sus melancólicas tristezas: “Navidad que vuelve, tradición del año,
unos van alegres, y otros van llorando”.
Lo de “cronista de la ciudad” no es
cuento, pero no solo de ese estremecedor amor que le significó su inefable
Caracas, sino de buena parte del país. De la “Sultana del Ávila” nos inundará
de sentidos cantos como: “Caracas vieja”, “Caracas siempre Caracas”, “Nuevo
Circo”, “El Muerto de las Gradillas”, “El Amolador”, “Canto a Caracas”,… Y del
interior: “Pa’ Maracaibo me voy”, “Valencia Señorial”, “Caminito de Guarenas”, “Pa’
Oriente me voy”. Pero siempre volviendo a su Caracas. Ese amor no ha tenido parangón
en la música venezolana, tal vez en la poesía de Aquiles Nazoa se puede
observar un amor tan grande como el Ávila que protege y corona la eterna ciudad
de los indios Caracas.
Tanto énfasis hizo y dio por su segunda
patria que la convirtió en primera y principal, y así le reclamó en un jocoso
canto a otro gran compositor venezolano, cuando le imploró al maestro Torrealba,
con su “Mensaje a Juan Vicente”: Vicente,
Chico, compónmele algo a Caraca, un pasaje bien bonito con arpa cuatro y
maracas. Que diga así: Caracas es lo más bonito que hay. Que diga así: Mi Cielo
y después Caracas compay. Que diga así: Yo quiero ser caraqueño caray. Que diga
así: Yo me quedo con Caracas…”.
Esa atribución, esa pertenencia tan
suya, ese embeleso inaudito, esa entrega desaforada, ese amor a borbotones,
muestra y demuestra el hábito de vincular el nombre de Billo a la noción de
paisaje a pie de montaña, de un tranvía que hubo una vez, de unos techos rojos,
de unos personajes que pasaron y quedaron, de tantas reminiscencias, de tanto
cariño irresistible y constante.
Yo
pienso que mi verdadera personalidad y mi verdadera orientación en la vida como
hombre comenzó en Venezuela. (“Billo” Frómeta)
Alexander Lugo Rodríguez
15 de noviembre de
2021,
el día del cumpleaños
número ciento seis
de Luis María “Billo”
Frómeta.
Querido profesor Alexander, realmente tu descripción de nuestro amado Billo y digo "nuestro" porque los venezolanos lo llevamos en nuestro corazón y como dijo él, que su "personalidad y orientación en su vida como hombre" se forjaron aquí, así siento que su música y letra de sus obras han ayudado a formar la personalidad y el gusto por el baile a un infinito número de personas en nuestro país. Cuando oigo sus boleros me remonto a mí adolescencia y a los saraos de esa sabrosa e inolvidable época ¿quién no bailó sus Mosaicos, quién no canta la letra de sus inolvidables creaciones dedicadas a nuestra bella Caracas, la de aquellos techos rojos? Nuestro Billo; fue, es y continuará siendo, uno de los precursores del amor y la buena música en nuestro país.
ResponderEliminarPor eso, mi querido Alex, tus hermosas palabras nos caen como anillo al dedo al recordar a este insigne personaje, que nació en otro país, quizá, por desorientación de la cigüeña, pero, estamos claros que todo él, nos pertenece.