Rómulo Gallegos
Doña Bárbara, la emblemática obra de Don Rómulo
Gallegos, está impregnada desde su inicio, de diversos aspectos musicales que
acompañan en todo momento la vida del llanero. En las faenas rudas del diario
trajín con la naturaleza, en los caudalosos ríos que cruza a nado, en la copla
quejumbrosa guiando al ganado por leguas y leguas de camino, en el rodeo de los
potros salvajes y bravos toros, también enfrentándose a la naturaleza en la
quema y preparación de las tierras y en los ratos de solaz, en la cabalgadura,
en la melancolía, en el jolgorio de las fiestas de joropo, y hasta en la
fáctica confrontación del bien y el mal –‘contrapunteo de la vida y de la
muerte’-. De la civilización con su antónima, la barbarie, la música acompaña,
ambienta y potencia todo la trama del relato.
Antonio José Torrealba Ostos, oriundo de
Cunaviche, estado Apure (1883-1949) será uno de los mayores informantes de
Gallegos, tanto en los datos de la vida del llanero, sus modos y maneras, su
sicología, como los testimonios y escenarios dramáticos de una tierra que no
perdona, “devoradora de hombres”; información que resultará clave para el
escritor. Se harán grandes amigos durante toda la vida, Antonio y Don Rómulo,
quien lo incorpora a Doña Bárbara con
el nombre de Antonio Sandoval.
Jesús R. Colmenares, periodista y músico, nos
habla de este personaje:
Amplio
conocedor de las tierras apureñas llevó por el Hato La Candelaria al escritor,
enseñándole todas sus grandezas. Ese encuentro de Gallegos con Torrealba, quien
era un fabulador nato, sería definitivo en la historia de la literatura
nacional. Un encuentro mágico, ya que hizo que el escritor caraqueño dejase a
un lado el proyecto que tenía bastante avanzado, para ponerse a escribir lo que
sería su obra cumbre “Doña Bárbara”[1].
El autor de Doña Bárbara reconoce su valioso
aporte:
En el
hato de La Candelaria de Arauca, conocí también a Antonio Torrealba, caporal de
sabana de dicho fundo -que es el Antonio Sandoval de mi novela- y de su boca
recogí preciosa documentación que utilicé tanto en Doña Bárbara como en
Cantaclaro. Ya tampoco existe y a su memoria le rindo homenaje por la valiosa
colaboración que me prestó su conocimiento de la vida ruda y fuerte del llanero
venezolano[2].
Antonio
Sandoval, será
un personaje clave en la trama de la novela, junto a sus tres protagonistas;
alternando referencias y datos de gran interés para este ensayo, conjuntamente
con dos personajes más: Pajarote y
María Nieves (mismo nombre de quien inspiró el personaje).
Los
Instrumentos Musicales
Del conjunto de temas que destacan desde el
punto de vista sonoro, comencemos por Los Instrumentos Musicales, que se
articularán constantemente, musicalizando las escenas y armonizando el relato.
De las múltiples referencias que brotan de la pluma de Gallegos, dirigida a la
organología musical, tomemos cinco instrumentos que destacan y que son claves
en la vida del llanero: Las Maracas, El Arpa, El Cuatro, La Bandurria y La
Guarura. Comencemos por este último.
La
Guarura
En la primera parte de la novela, sección I:
¿Con quién Vamos?, “un Bongo Remonta el
Arauca”, y los palanqueros de dicha nave, entonan coplas en el trayecto del
ancho y solitario río y enmudecen sus cantos con las impresiones del espeso
ambiente dentro y fuera de la embarcación. En todo caso, el canto de las coplas va y viene, como va
cambiando el paisaje y las pasiones humanas se precipitan. Así se nos presenta
el impactante clarear de la novela:
Un bongo remonta el Arauca bordeando las barrancas de la margen derecha. Dos bogas lo hacen avanzar mediante una lenta y penosa maniobra de galeotes… Y mientras uno viene en silencio, jadeante sobre su pértiga, el otro vuelve al punto de partida reanudando la charla intermitente con que entretienen la recia faena, o entonando[3], tras un ruidoso respiro de alivio, alguna intencionada copla que aluda a los trabajos que pasa un bonguero, leguas y leguas de duras remontadas, a fuerza de palanca, o coleándose, a trechos, de las ramas de la vegetación ribereña[4].
Volviendo a nuestro interés inicial, de
precisar los instrumentos musicales mencionados en el texto galleguiano, lo
cual hemos considerado como uno de los aspectos más importantes a desarrollar.
Tenemos que en la sección IV Uno sólo y
Mil Caminos Distintos, se oye el clarín anunciador de una Guarura,
cuando el bongo se aproxima a las riberas del río Arauca para que desembarque
su esperado pasajero, Santos Luzardo:
“Al son
de la guarura que anuncia la llegada de un bongo, corrieron a asomarse al borde
de la barranca derecha unas cuantas muchachas y bajaron a la playa tres chicos
y dos hombres”.
La Guarura pertenece a la familia de los
“aerófonos”, instrumentos de viento o de soplo, especie de trompeta natural, de
caracol, con agujero bucal terminal. Sin boquilla. Se utiliza la concha del
caracol marino, con un orificio practicado en el ápice que le sirve de
boquilla. El soplo se emite con los labios vibrantes, para producir un sonido
fuerte y penetrante.
Esta especie de trompeta de caracol marino
gigante, refiere Isabel Aretz[5] que “la adquieren los indios Yekuanas de la Guayana Inglesa a través
de los Mukushi y Arekuna. –Cambian una curiara por una trompeta-. Estas guaruras las
utilizan para comunicarse a distancia cuando navegan en sus curiaras”.
“Antonio Sandoval”, quien lo espera en la otra
orilla, fue becerrero de niño y compañero de juegos de Santos, “su camarada de expediciones”, y ahora de
hombre se convertirá en su “mano derecha” en todos los asuntos de las tierras
de Altamira. Es alertado por el
sonido de la guarura, de la llegada, luego de 13 años de ausencia, del ahora
Doctor Luzardo:
A mí me
dio el pitazo Juan Primito –concluyó
Antonio–. Un bobo de allá de El Miedo,
que todo lo descubre y es un telégrafo para transmitir novedades... De eso
estábamos hablando, cuando sonó la
guarura, yo y mi vale Carmelito[6].
La
Bandurria
La semblanza musical del personaje de Doña
Bárbara, la refiere Gallegos a la manera de los “hombres recios del llano”, con
la habilidad para el contrapunteo y
la ejecución de la recia bandola. En varias ocasiones el autor se refiere a “la
trágica guaricha” como La mujerona o
la de “aspecto hombruno”.
Contrapuntear en el joropo y tañer la bandola,
son destrezas y artes particularmente destacadas en los hombres, más que en las
mujeres. Pongamos cuidado como refiere el autor a la ejecución del cordófono,
émulo del arpa en los joropos llaneros, por la “Doña”, en la sección V de la
segunda parte de la novela: Las Mudanzas
de Doña Bárbara, relata las singulares transformaciones que comenzaron a
operarse en ella, a raíz de sus encuentros con Santos Luzardo, los cuales
provocan entre la peonada de El Miedo,
comentarios socarrones:
¡Ah
compañero! ¿Qué le estará pasando a la señora que ya no llega por aquí como
enantes, cuando se le revolvían la sangre del blanco y de la india, esponjada y
gritona como una chenchena? Ni tampoco viene a tocar la bandurria y a contrapuntearse
con nosotros, como le gustaba hacerlo cuando estaba de buenas.
Este es el personaje que le da nombre a la
celebrada novela, entre las múltiples habilidades de la vida del llanero que le
asigna el autor, como son: amansar potros, cabalgar grandes distancias, domar,
e incluso “enlazar un toro y castrarlo en plena sabana”; le agrega en las
tertulias y el momento para el festejo ruidoso del joropo, el dominio
ejecutorio de la “bandurria” y la
destreza en la improvisación de un “contrapunteo”.
La bandurria, tuvo un despliegue y expansión
significativos en los Andes venezolanos y colombianos, donde se asienta el uso
del instrumento a mediados del siglo XVIII. Pero ya en Caracas para esa época
llegaron los primeros Fandangos
provenientes de España, los cuales se ejecutaban con Bandurrias, Vihuelas y Mandoras.
Veamos el testimonio del Dr. Rafael Casanova Duarte, médico y ejecutante del
cuatro solista:
También están los otros tipos de bandolas, que nadie menciona,
que son las bandolas tachirenses, más parecidas quizá a la bandurria, una
bandurria grande o un laúd de tipo canario. Pero hay bandolas de cinco órdenes
de cuerdas, bandolas de seis órdenes de cuerdas; y el que rescató todo ese tipo
de bandolas tachirenses fue nuestro gran y común amigo Don Luis Eladio
Contreras.[7]
En
nuestros estados andinos, particularmente en Táchira, se mantiene la bandola andina, la cual es una auténtica
bandurria española que se conserva en nuestros Andes comunes, para la
interpretación de pasillos, bambucos y otros aires de la región. Por otro
lado, tal como lo refiere Rafael Salazar:
La
bandola llanera, de cuatro cuerdas, de tripa y nylon, es la más recia y
sustituye al arpa en su interpretación rítmica y melódica. Pulsada con plectro,
fabricado con cacho de ganado, contrapuntea bordones y primas para lograr la
recia interpretación del joropo llanero: Pajarillos,
Zumba que Zumba, Seis por Derecho, Pasajes, Periqueras, y otros joropos[8].
Rómulo Gallegos describe el modo de vida recia
y a la vez poética del llanero: “punteando la bandurria, rasgueando el
cuatro, cantando hasta desgañitarse[9]”. Antes y después del descubrimiento de
América, se tocaban bandolas en Europa, muy parecidas, o idénticas, a las
venezolanas actuales. Juan Bermudo, en su Declaración
de los Instrumentos Musicales, publicada en Andalucía en 1555, nos da la
relación de una antigua bandola española, “la bandurria, de tres o cuatro
cuerdas”[10].
Por último, veamos un testimonio del destacado
ejecutante de la bandola Ismael Querales, donde recoge información de la
ejecución de la bandurria y la bandola de ocho cuerdas:
Bueno yo recuerdo
cuando andaba con la maestra Jóvita Nieto, excelente bailadora de joropo
llanero, del verdadero joropo llanero, en los alrededores de Guanare había algo
que se llamaba el Gamelotal o el Pajonal, no recuerdo, un caserío,
donde nació ella, el papá era un excelente bandolista de la época, y Jóvita me
contaba que su papá también tocaba bandola
de ocho cuerdas que llamaban Bandurria, pero eran de ocho cuerdas y tenían
los dos huecos, la bandurria se caracterizaba y decía que la diferencia era que
la llanera, la de cuatro órdenes simples digo, tenía un solo hueco, mientras
que la otra, que allá llamaba bandurria, que era una bandola de ocho cuerdas,
tenía doble huecos y era cuadrada, y le preguntaba yo a Jóvita que qué golpe
tocaban y me decía que los mismos golpes que tocaban con la de cuatro cuerdas.[11].
El
Cuatro
A lo largo de la novela se menciona el Cuatro,
con sus rasgueos y punteos en diferentes momentos y situaciones.
Particularmente en la sección XII de la segunda parte: Coplas y Pasajes. Allí aparece mencionado en referencia al tema de
los recios inviernos que azotan el llano y anegan las sabanas,… clarea el día y
retoma el llanero el corrido y los pasajes, acompañado de su inseparable Cuatro,
“cantando en coplas a sus amores, sus trabajos y sus bellaquerías”.
El llano tiene mucho de los sonidos profundos y
atrayentes que lo denotan, los silencios también son tremendamente descriptivos
del entorno. Las armonías del cuatro se integran a la polifonía del ambiente
llanero, cuando Santo Luzardo, reflexivo, se abandona de nuevo a la tierra que
lo viera nacer y que lo ahuyenta y atrae con la misma fuerza:
“Y
entretanto, afuera, los rumores de la llanura arrullándole el sueño, como en
los claros días de la infancia: el rasgueo del cuatro en el caney de los
peones, los rebuznos de los burros que venían buscando el calor de las
humaredas, los mugidos del ganado en los corrales, el croar de los sapos en las
charcas de los contornos, la sinfonía persistente de los grillos sabaneros, y
aquel silencio hondo de soledades infinitas, del llano dormido bajo la luna,
que era también cosa que se oía más allá de todos aquellos rumores[12]”.
En una de esas noches donde “andan libres las
ánimas”, Pajarote cuenta “una de sus
hazañas”: “Nada tenía, pues, de sorprendente que aquella noche, abandonando de
pronto el Cuatro que punteaba, anunciara que había visto al “familiar” de Altamira[13]. En la sección VIII Candelas y Retoños, se describe un día en que amaneció todo verde,
luego que “Las candelas dejaron nuevecita a Altamira”:
“Volvieron
las cimarroneras a sus acostumbrados refugios, las greyes mansas al sosegado
errar por sus comederos habituales y las yeguadas a los alegres retozos de sus
rochelas. Volvió el Cuatro a las manos
de los peones, por las noches bajo el caney, y Marisela a los buenos
modales y a las lecciones.”.
Ciertos criterios y reflexiones referentes a
nuestro instrumento nacional, los dejaré en las voces de algunos especialistas,
poetas y cultores para que lo ilustren. Es tan cotidiano el encuentro con este
instrumento que se ha dicho mucho y se conoce poco, las descripciones
organológicas e históricas, huelgan en este momento, me limito a dejar sus
testimonios[14]. Veamos:
Testimonio
1:
Ningún
español toca el Cuatro, ni ha tocado cuatro, ni sabe de cuatro…
El Cuatro
lo inventaron los campesinos, los pescadores… Lo inventó la gente. Los que lo
usan.
Testimonio
2:
Es ese Cuatro
signado por el ritmo, es su técnica, es su afinación destinada a integrarlo en
el incendio o la tranquilidad de los acompañamientos, lo que es exclusivamente
americano.
Testimonio
3:
El
Cuatro salió no para puntear. Salió como acompañante. Yo toco sólo
charrasqueado. Con un golpe muy especial, eso dicen, sincopado… ya con los años
me he ido apagando un poco, pero sigue teniendo sus revueltas... una vez
acompañando a un gran músico en el violín, yo varío el golpe de acuerdo con el
giro que toma la música. Y estábamos tocando Conticinio. Y llega la parte esa
que pasa de mayor a menor. Allí, bueno… yo vivo eso. Y de la emoción rompí el
Cuatro… ¡Lo abracé muy fuerte, más de la cuenta!
Testimonio
4:
Yo no
creo que hay un rincón en el país en donde un Cuatro no haga falta, así como un
fogón, una cocina. A donde llegas, lo ves colgado. Mostrando todo el respeto,
toda la ternura que hay en el país.
Es un
instrumento de rebeldía, porque estamos aporreados, en crisis, ¡están en
peligro nuestras almas, nuestros sueños…!
Testimonio
5:
El
Cuatro es político, en la medida en que Simón Bolívar no era politiquero y era
político de primera magnitud. Entonces el Cuatro suena hasta donde Bolívar
quería que fueran los confines de lo que se juntaran en la Gran Colombia.
El
Cuatro es un hacedor de patria. Se habló de patria, y después se habló de padre
de la patria, con Bolívar. Padre de una patria que todavía no somos. Y es que el
Cuatro comenzó a hacer patria en la Colombia, y continua haciendo patria por
esa ruta que tú dices…que es de la fibra o cuerda más honda.
Testimonio
6:
Si
intentamos mirar en la cara lo que dice la palabra Cuatro, el sentido que nos
revela el Cuatro cuando lo mentamos, él nos trae eso de la parrandita, de la
fiestecita, de cosa no ordenada. De tal manera que ese rasgo, que es visto como
negativo, es una de las razones por la cuales se constituye el Cuatro en el
corazón de Venezuela, como fundamento.
Estaba
pensando que además de eso, que además de los animales y los vegetales, el
Cuatro es agua, y brisa, es tierra, es mineral, es sol de mediodía, es
universo. De ese modo, por ese acercamiento, por esa liberación, hay algo de
liberación.
Para cerrar lo referente a este instrumento tan
nuestro, tan metido dentro de nosotros, transcribo unas reflexiones escritas en
su amanecer trujillano, con el paisaje en los ojos y las armonías de su cuatro
en el corazón, por el maestro Pablo Camacaro[15]:
El
cuatro es ese amigo que a través de su canto, equilibra los sentimientos y
motiva la paz interior de cada ser. Es ese confidente que habla y vibra en la
frecuencia del amor que le imprime su ejecutante. Son solo cuatro cuerdas que custodian
una celda acústica, pero que bien tratadas, pueden producir una explosión de
colores sonoros que conmueve al ser humano, a la naturaleza e ilumina el
espacio donde él mora[16].
Arpa y
Maracas
Estos dos instrumentos, el primero, un
cordófono que nos vino con los conquistadores, muy antiguo en la historia de
las civilizaciones y el otro un idiófono, autóctono, propio de nuestras
culturas originarias aborígenes, quizás más antiguo que aquel, se conjugan en
el fabuloso relato de Las Veladas de la
Vaquería. Con la llegada de dos
extraordinarios músicos venidos de un caserío aledaño, “Las Piñas”, el hato de Altamira
se engalana con la música y el canto llanero. Primas y bordones del arpa se
acompasan con el ritmo y repique de las maracas, en el golpe de La Chipola, que entreteje sus armonías
modulantes para ofrecer al cantante, la escena para que se desate el canto y el
escobilleo del joropo en las parejas
entrelazadas:
Sábado
por la noche. Velada de amanecer bailando. Ya había llegado Ramón Nolasco, el
de Las Piñas, que era el mejor arpista de todo el cajón del Arauca; de maraquero y cantador se trajo al tuerto Ambrosio, que, después de
Florentino, era el improvisador más competente que por allí se conocía.
Y
comienza el joropo, con un paso animado que hace revolar las faldas de las
mujeres.
Cantan
las primas entre el ronco gemido de los bordones, y las oscuras manos del
arpista, al recorrer las cuerdas, son como dos negras arañas que tejen
persiguiéndose. Poco a poco el golpe
se va asentando en una cadencia melancólica de música voluptuosa. Los
bailadores no se mueven de un palmo de tierra, marcando el compás con la
cintura. El chischear de las maracas
milagrosas tiene pausas de angustia y una y otra vez el cantador insiste:
Si el
Santo Padre supiera
La
revuelta de Chipola,
Se
quitaría el balandrán,
Dejaría
la iglesia sola
En su
libro El Arpa en Venezuela, Fernando
Guerrero, reconocido arpista académico y musicólogo, cita un largo pasaje del
libro titulado El Llanero, de “Daniel
Mendoza”, editado en Buenos Aires en 1947; el verdadero autor de ese libro
resulta ser Rafael Bolívar Coronado, nacido en Villa de Cura en 1884, muy
conocido por ser el autor de la Zarzuela Alma
Llanera. Esta situación no era extraña, ya que se sabe que Bolívar Coronado
acostumbraba firmar sus escritos con variados seudónimos. Veamos un extracto de
la interesante descripción que se hace del arpa y las hiperbólicas referencias
a su ejecución, que nos presenta el libro El
Llanero:
El arpa
llanera llegó a las pampas de Apure navegando rio arriba, en una carabela de la
conquista. Tiene la misma forma del arpa europea, construida rústicamente de
madera de cedro con dos huecos en el vértice de la caja armoniosa y uno algo
más grande en el vientre... Lleva treinta y dos cuerdas repartidas así: seis bordones para los acordes bajos,
que son de torcida piel de venado tierno, seis
primas de nervio de becerro; y las
cantoras que son veinte, de tripas de toro. Expresar siquiera pálidamente
por medio de la palabra las millaradas de armonías que las manos brujas del
arpista llanero arrancan, al diapasón del arpa, sería locura. La palabra humana
no puede dar idea del enjambre de notas de oro, de cristal, de acero, de
bronce, que salen del arpa llanera al compás de las maracas…[17].
Los capachos o maracas desarrollan el
acompañamiento polirrítmico de cualquier joropo venezolano:
Así
pues, la maraca ritual, utilizada originalmente por el piache o shamán para sus
ceremonias rituales, de adoración a los dioses o en funciones curativas, se
transformó en un instrumento popular festivo, que exige un dominio técnico de
gran maestría a la hora de improvisar sobre la rítmica del joropo[18].
Aún aparece un instrumento musical más, esta
vez en la metáfora del silbante y “encantador” timbre de la hermosa y fiera
mujer: “La voz de Doña Bárbara, Flauta del demonio andrógino que alentaba en
ella, grave rumor de selva y agudo lamento de llanura, tenía un matiz singular,
hechizo de los hombres que la oían”[19].
Luego de las duras y recias bregas de las
vaquerías, los hombres, extenuados pero enteros todavía, entonan alegres
tonadas que apaciguan el ganado. Gallegos los retrata cantando coplas que describen
los pasajes de la pintoresca vida del llanero, en su relación sensible con el
mágico entorno y las exigentes faenas del trabajo. Para el arreo, en sus
pacientes y extensas marchas, brotan los punzantes cantos en falsete, animosas
clarinadas en la sabana abierta; para el ordeño, rumor de íntimos susurros,
lánguidos y sentidos cantos del alma.
Como un homenaje al maestro Rómulo Gallegos en el
137 aniversario de su nacimiento
Alexander
Lugo Rodríguez
02/08/2021
[1] Jesús R. Colmenares: Notas Ligeras de una
Venezuela a la Medida. Anécdotas, crónicas y curiosidades. Caracas, Pixels
Publicidad, C.A., s/f.
[2] Rómulo Gallegos: A Manera de Prólogo a la edición aniversaria en sus 25 años, México, Fondo de
Cultura Económica, 1954.
[3] El resaltado es nuestro
[4] I Parte, ¿Con quién Vamos?
[5] Isabel Aretz: Música de los Aborígenes de Venezuela, Fundef-Conac, 1991
[6] Doña
Bárbara. Sección IV: Uno Solo y Mil Caminos Distintos
[7] Testimonio enviado al autor de este ensayo
como “nota de voz” vía https://web.whatsapp.com/
[8] Rafael Salazar, Del Joropo y sus Andanzas, Caracas, Disco Club Venezolano, 1992.
[9] Doña
Bárbara. Sección XII: Coplas y
Pasajes.
[10] Alberto Arvelo Ramos y J.J. Castro: La
Bandola Venezolana. Caracas, Fundarte, 2000
[11] Testimonio enviado al autor de este ensayo
como “nota de voz” vía https://web.whatsapp.com/
[12] Doña
Bárbara. Sección V: La Lanza en el
Muro.
[13] Doña
Bárbara. Sección VII: El Familiar
[14] Estos Testimonios aparecen en el libro: El Cuatro, de Alberto Arvelo Ramos, con
fotografías de J.J. Castro, talleres Gráficos de Ex Libris, C.A., 3/12/1992.
(El resaltado en negritas es nuestro).
[15] Fundador del Grupo Raíces, Cuatrista de
alto vuelo y gran compositor.
[16] Testimonio enviado al autor de este ensayo
como “nota de voz” vía https://web.whatsapp.com/
[17] Fernando Guerrero: El Arpa en Venezuela, Caracas, Fondo Editorial Fundarte, 2016
[18] Rafael Salazar: Del Joropo y sus Andanzas. Caracas, Disco Club Venezolano, 1992
[19] Doña
Bárbara. Sección IV de la
segunda parte: El Rodeo
Exquisito ensayo. Gracias por componerlo y compartirlo.
ResponderEliminarEl "Testimonio 6" sobre el cuatro nos ha parecido un verdadero mandala de la musicalidad venezolana, de características fractales poderosamente bioenergéticas que nos invitan a adorar el cuatro, la canta autóctona y todo el océano étnico, musical y poético -de raigambre europea (como las formas líricas y armónicas llegadas por los colonizadores blancos), indígenas (como las guaruras), africanas (como la negritud mezclada en la genética del arpista de oscuras manos) y árabe/andaluza (como la filogénesis de las bandolas, bandurrias y cuatros, descendientes todos del mítico oúd que el maestro Ziryab trajo de Persia a la España islamizada)- que subyace a nuestra identidad nacional.
Este grandioso ensayo renueva en nosotros el apetito de relectura de la obra galleguiana y, de forma concomitante, la afición incondicional por las "Glosas al Cancionero" de Arvelo Torrealba, y por las camorucas de Ignacio Figueredo, Henry Rubio y Carlos Orozco.
¡Que viva la patria de Gallegos!
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ResponderEliminarMuchas gracias por compartir tan hermoso trabajo. Su lectura me ha regalado un rato muy agradable, recordando esa novela maravillosa y descubriendo esos aspectos de nuestra música que has mostrado con tanto cuidado y sensibilidad.
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