Abunda
en menciones y alusiones esa mítica figura de un querubín caído que burla
burlando y fascina tentando, los pueblos ricos en ingenio y chanzas lo refieren
en legendarios romances de briosas reyertas con su alter ego, y en no pocas
guasas de la sabiduría pueblerina.
Dante
lo sublimizó en un infierno formado por nueve círculos como escarmiento de
pecadores. En “El Paraíso Perdido”, John Milton lo retrató para siempre, ángel
apóstata, hermoso y rebelde; Goethe nos lo refrenda como un seductor y solicito
Mefistófeles cobrándole el alma a un Dr. Fausto que lo requiere. Oscar Wilde lo
alude aristocráticamente en su “Retrato de Dorian Gray”.
En nuestro
patio, Arvelo Torrealba escogió las formas expresivas del contrapunteo llanero,
que galopa al severo ritmo de los pulsos arpistas o bandoleros, cuatristas y
maraqueros que hacen mejor concierto con los redondeos cíclicos de nuestras
faenas ganaderas en que se comulgan con la trashumancia vaquera, con una pieza
de largo aliento y carácter puramente nacional como es su impecable y arrobador
Florentino… Con suficiente bastimento para llenar de imaginería a los músicos
de “colcha y cobija” como José Romero Bello y “El Carrao” y de encendido
nacionalismo impresionista, como Antonio Estévez. Telúrico ‘Contrapunteo de la
Vida y de la Muerte’, lo mentó Orlando Araujo.
LOS DIABLITOS DE CORPUS
La
devoción popular de las Diabladas de
Corpus Christi, manifestación ritual de varias comunidades venezolanas
tiene su origen en Europa. “Las ceremonias se celebraron en el interior de las
iglesias hasta que el Papa Inocente III las prohibió, en el concilio de Letrán
de 1215, permitiendo las danzas y la música solo fuera del templo”.
La
celebración del Corpus en España, coincide
con el propio arribo de las calaveras a tierras desconocidas que supusieron de “las
Indias Occidentales”, donde esperaban en la orilla, confiados y desnudos como
sus madres lo parieron, aquellos nobles cuerpos bronceados con sonrisas y mansa
contemplación, mientras desde la proa observaban vacilantes y totalmente
perdidos, aquellos barbados, boquiabiertos y cundíos de piojo. Por tanto, en el
siglo XVI, la tradición viaja al ‘Nuevo Mundo’, con los conquistadores.
La
primera referencia que se encuentra en Venezuela sobre la celebración del Corpus Christi data de 1582, cuando el
gobierno municipal de Coro la ordena en los siguientes términos:
“Toda
la octava de Corpus Christi, el Santísimo Sacramento debe
entronizarse en el Altar mayor con cuatro velas encendidas y dos antorchas,
después de la vigilia debe ir en procesión por el interior de la iglesia regada
con flores y hierbas aromáticas”. (Acta del Cabildo de Caracas, Tomo IV)
Las
danzas negras y mulatas, dentro de la procesión de Corpus, se mantuvieron hasta la llegada del Obispo Diego de Baños y
Sotomayor, quien, en 1687, las prohíbe y decreta en Las Constituciones Sinodales del Obispado de Venezuela y Santiago de
León de Caracas:
“En
muchas ciudades de nuestro Obispado está introducido que en las Procesiones, no
solo de Corpus y su Octava, sino
también en la de los Santos Patronos, se hagan danzas de Mulatas, Negras e
Indias, con las cuales se turba, e inquieta la devoción, con que los fieles
deben asistir en semejantes días… Mandamos pena de Excomunión Mayor, que las
dichas danzas…, no se hagan, ni permitan”.
La
festividad de Corpus se menciona
nuevamente en un acta del cabildo de fecha 14 de noviembre de 1746: “…se han
producido muchos desordenes y actos inmorales, realizados por enmascarados,
llamados diablitos”.
De
acuerdo con el documento estos diablitos eran: “negros con muy malos hábitos
que todos los años destruían cosas y cometían robos”.
Corpus se
celebró en Caracas con una procesión, en la cual los Diablitos salían a la calle, las horas de la tarde, dirigidos
por un diablo cuya máscara y cuernos eran más grandes que los del resto. Todos
llevaban una maraca en la mano derecha y un pañuelo de madrás en la izquierda,
danzaban de forma grotesca frente a las ventanas de las casas, al ritmo del
tambor.
En
Caracas, la danza de los Diablitos de
Corpus se realizó hasta finales del siglo XVIII. En cambio en la región
central del país, particularmente en las haciendas de café, cacao y caña de
azúcar, donde la población predominante era la negra, en situación esclavizada,
la tradición de los diablos danzantes aparentemente permaneció inalterada, como
se deduce de su existencia en Naiguatá, San Francisco de Yare, Cata, Turiamo,
Ocumare de la Costa, Chuao, Canoabo y Patanemo. Se encuentran algunas
representaciones de Diablos en otros lugares de Venezuela, como las de Cumaná y
El Callao, pero no son Diablos de Corpus.
Los Diablos danzantes de Corpus Christi fueron
reconocidas por la UNESCO como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad
en 2012. Lugar de celebración: Yare, Ocumare de la Costa, Bahía de Cata,
Cuyagua, Turiamo, Chuao, Bahía de Patanemo, San Rafael de Orituco, Tinaquillo,
San Millán, Naiguatá.
¡AH
DIABLO! La Leyenda del Diablo de Carora.
En la
geografía simbólica de Venezuela, es Carora una tierra de la risa y la
penitencia, del intelecto y la pereza, el estío y la inundación, la cordura y
el delirio, la virgen morena y el demonio. Esto para la Carora de entonces, pequeña
villa recoleta, respetuosa con las Autoridades y con Santo Temor de Dios, fue
un escándalo que produjo asombro, ira y miedo colectivo. Al no explicarse
porque hubo cinco muertos, blasfemias, irrespeto a la Casa de Dios y a sus
servidores consagrados, apelaron entonces a las fuerzas sobrenaturales y se
creó la leyenda de que “en Carora el Diablo andaba suelto”.
Sobre
esta leyenda del diablo de Carora encontramos el siguiente relato que se
publica el 22 de octubre de 1919 en el número 42, de El Diario de Carora:
Específicamente
en 1734, cuando unos contrabandistas de apellidos Hernández Pavón andaban en la
región larense, los alcaldes Tiburcio Riera y Adrián Muñón de Miranda metieron
preso a uno de ellos. Los Hernández Pavón mataron al guardia que apresaba a uno
de los Hernández y lo liberaron. Los alcaldes comenzaron a organizar a la gente
del pueblo para perseguir a los supuestos contrabandistas. Frente al convento
de Santa Lucía se encuentran los hermanos Hernández y los alcaldes junto al
pueblo. Los primeros se refugian en el convento y los alcaldes amenazan con
derrumbar las puertas. Cuando logran agarrar a los Hernández Pavón, son
fusilados en la Plaza Real, delante de todos los allí presentes. Más adelante,
la justicia española condena a muerte a los alcaldes.
Uno,
Tiburcio Riera es ejecutado en la Plaza de la Guaira y el otro logra escapar a
Nueva Granada. Los Hernández eran trabajadores de la Compañía Guipuzcoana, por
ello, según nos dice Luis Beltrán Guerrero, eran calificados como enemigos de
la oligarquía regional, es decir eran unos “rebeldes”. La acusación que se les
hacía era la de no haber pagado “diezmos y primicias” a la Iglesia. También
fueron acusados de no asistir a la santa misa y de ser hombres de vida
“desarreglada, sin temor de Dios ni del Rey.” Por estas muertes acontecidas en
aquel día de siglos atrás, se creyó que ‘el Diablo andaba suelto en Carora’.
El
caroreño cuando se asombra y quiere ponderar algo muy grande dice: ¡AH DIABLO!
SE
SOLTÓ EL DIABLO
El
otro Diablo, famoso por “animar las
fiestas con su melodía acompañada de bandolines, guitarras, cuatros, pianos y
bandas de músicos populares” es el valse-joropo de Heraclio Fernández. Nos
cuenta el maestro Alirio Díaz que con el pasar de los años este valse fue
considerado anónimo, pero gracias a la investigación que realizara, se pudo
constatar que la pieza fue compuesta a finales del siglo XIX por el compositor
zuliano que vivió desde niño en La Guiara.
A
fines del siglo XIX, nos dice Díaz que Santiago Añez compuso una pieza titulada
también El Diablo Suelto. Otro valse
conocido como El diablo suelto fue El Bejuquero.
En la época en la que vivió Heraclio, quien dirigía un periódico que era
hechura suya llamado “El Zancudo”, el cual era su pseudónimo, existían varias periódicos
“Humorísticos y Satíricos” con estos nombres: El Diablo Verde (1868); El Diablo
Cojo (1868), de Maracaibo; El Diablo Suelto
(1875-77-78), de Caracas; El Diablo Cojuelo
(1878), de Ciudad Bolívar; El Diablo Suelto
(1888), de Barquisimeto; y El Diablo
(1890-189?), de Caracas.
El ‘Cantor
de la Voz de Pueblo’, Gualberto Ibarreto,
hace una versión de la pieza musical de Heraclio con letra del compositor Henrique Hidalgo, ya que solamente se conocía
como instrumental.
Gualberto Ibarreto el Diablo Suelto
Recógete
muchacho que por ahí anda el diablo suelto
y
lleva entre sus cachos al hijo de Ruperto
que
Lucifer lo llaman, mandinga, varios nombres le dan.
Que
lo han visto en Carora, también que lo han visto en San Juan.
Por su
parte Celestino Carrasco “El Negro Tino”,
componeuna pieza musical en tiempo de Golpe Larense estilizado, que
popularizó la cantante Adilia Castillo acompañada por el Grupo Los Araucanos,
llamado el Pi pi piriguá, inspirando
en la leyenda caroreña: “Se soltó el diablo”. El estribillo dice:
Allá
viene el diablo
dale
con la cruz (bis)
a
mi no me asusta
lo
que digas tú.
Amílcar Segura, aparece como el compositor de: “Se Soltó el Diablo é Carora”,
otra composición musical, que contribuye en
dar a conocer
los pormenores de
la leyenda:
Se
soltó el diablo é Carora
a
diablo pá condenao
porque
se secó la ceiba
donde
lo habían amarrao.
Por último está la
pieza para guitarra solista escrita Rodrigo Riera en 1969: Golpe al Diablo de Carora.
Golpe al Diablo de Carora
SIMPATÍA
POR EL DIABLO
En su
tercera versión, la de 1956, asegurándonos que era la última –yo todavía pienso
que trabaja en una nueva- el poeta Alberto Arvelo Torrealba (Barinas:
1904-1971) nos presenta así al jinete de trote sombrío:
Súbito
un hombre en la puerta:
indio
de grave postura,
ojos
negros, pelo negro,
frente
de cálida arruga,
pelo
de guama luciente
que
con el candil relumbra,
faja
de hebilla lustrosa
con
letras que se entrecruzan,
mano
de sobrio tatuaje,
lunar
de sangre en la nuca.
Un
golpe de viento guapo
le
pone a volar la blusa,
y
se le ve jeme y medio
de
puñal en la cintura.
Entra
callado y se apuesta
para
el lado de la música.
Dos
dientes de oro le aclaran
la
sonrisa taciturna.
“Oiga,
vale, ese es el Diablo”
-la
voz por la sala cruza-.
Florentino y el Diablo
Al
presenciar maravillado lo que hizo con su poema, Antonio Estévez en “La Cantata
Criolla”, el poeta Arvelo le escribe una magistral carta pública, aparecida en
el diario El Universal del 13 de diciembre de 1961, donde entre otros prodigios
le expresa:
En
alardeo de ésta imparcialidad, bien puedo confesar ahora cuando ya solo soy un
tercero en la litis, que si alguna tentación de preferencia tuve en el poema,
fue hacia el Diablo… el grave Autócrata de la Tiniebla es más hondo, más poeta,
más músico, más humano en las resonancias de la tragedia y la amargura.
Rebelión y sufrimiento son el signo cardinal satánico.
Armonizando
antítesis, como en dialéctica de embrujo, su Cantata se nos revela sosegadora e inquietante, llana y profunda,
universal y criolla, popular y erudita, real y fantasmagórica. Su fondo
permanente es rebeldía. Su fuerza humana, la virtualidad de conmover
muchedumbres y de pasmar maestros. Su proeza artística, hacernos oír, bajo el
cielo de América, con virgen voz americana, el ronco son de los remos con que
aún golpean a los siglos los trágicos barqueros de la Estigia y el Aqueronte.
Dentro de lo musical, la concurrencia de esos rasgos tipifica el signo demoníaco.
Lo cual da a usted, sitio de honor entre los grandes músicos de inspiración
diabólica que patrullea Paganini.
Por
todo eso empiezo a sospechar, dilecto amigo, que entre los dos copleros,
fraternos en el arte, antagónicos en el rumbo y en la meta de la esperanza,
usted ha tenido también su poquito de preferencia por el Diablo.
De
usted, cordialmente,
A.A.T.
Podemos
decir, para cerrar este exordio:
'Que si a usted no le ha salido el
Diablo es porque lo lleva por dentro'.
Alexander
Lugo Rodríguez
16/10/2021