domingo, 31 de octubre de 2021

Ramón y Rivera en la Titilante Luz de una Luciérnaga. Por Alexander Lugo

Todo fue, todo me pareció entonces como un presagio,

como el preludio de una vida nueva, distinta,

a la de aquel niño pobre, delgadito y débil,

que el San Cristóbal de 1920 vio salir un día de sus entrañas

con un cargamento de música, de ilusiones y de poesía...

 

(L. F. Ramón y Rivera)


 


El 22 de octubre de 1993 falleció en Caracas Luis Felipe Ramón y Rivera, iniciador de los estudios de etnomusicología en Venezuela, compositor, poeta, cronista de tradiciones folclóricas del país, y docente universitario. Necesaria referencia para la investigación y estudio del folklore y música venezolana. Su extensa obra bibliográfica contiene libros, artículos, transcripciones y arreglos musicales.

 Los avatares de la vida lo hicieron trashumante desde niño; pero siempre San Cristóbal fue una meta. Allí volvió indefectiblemente una y mil veces, como todos los tachirenses que hoy lo rodean en Caracas la patria grande. Su obra de investigador, indudablemente, pertenece a Venezuela toda, y trasciende fronteras, pero su música está enclavada allí en sus Andes inmensos, en tanto son su expresión inigualable. Por ello su obra musical es inseparable de la tierra que representa, aunque muchas de sus piezas hayan sido escritas en lejanía.

 En abril de 1945 Ramón y Rivera viajó a Montevideo con una beca del Gobierno Nacional. Sobre esta salida nos dejó esta bella descripción:

 ...Cuando el avión levantó el vuelo sobre las playas de mi país, verdes de cocoteros y rojos en las hileras de sus casas de tejas, yo miré por primera vez en mi vida, experimenté lo que el pájaro o el condor están acostumbrados a mirar y sentir. La sensación de vuelo. Se levanta la nave, se alza sobre la hilera de piedras y oleaje de la playa, y entonces logré presenciar algo único, que no se puede ver en tierra: Bordeando la larguísima playa, sobre las aguas, yo descubrí una inmensa esmeralda que con la luz del sol irradiaba profusos y fuertes verdes, y debajo de las aguas brillaban también como gemas, piedras de verdor alucinante.

Ramón y Rivera dirigió el INAF hasta su jubilación en 1977 y luego se dedicó a escribir con gran fruición publicando sus diferentes libros sobre música tradicional de Venezuela, trabajo que alternó con las clases que dictó hasta poco antes de morir. Estos trabajos los compartía con la composición musical, la poética y la prosa.

Sus ``Memorias de un Andino'', y sus ``Pueblos tachirenses'' habla de su amor por la tierra natal; pero también le preocupan los diversos problemas sociales y culturales del país como dan cuenta de ellos sus cartas a El Nacional y numerosos escritos, incluyendo los versos de su última obra musical titulada ``Aguinaldo de la Esperanza''.

Luis Felipe amó intensamente la vida e hizo todo lo necesario para prolongarla durante su larga y penosa enfermedad.

Para él:

"Somos partículas infinitesimales del Cosmo. Estamos de paso en la tierra por un azar divino, experimentamos en ella el incomparable bien de pensar, ver, oír, sentir esta realidad vital que es nuestro paso consciente por la vida... y al llegar la muerte comprender que ese momento es necesario; que nosotros, partículas divinas pensantes provisionalmente, fulgimos y nos apegamos en un segundo, en un instante de luz semejante a aquel que en las noches profundas fulguran las luciérnagas”.


Autor: Alexander Lugo

31/10/2021




sábado, 30 de octubre de 2021

Canto y Flores para el Maestro Antonio Carrillo. Autor: Alexander Lugo

 


“Vengo porque mi música

siempre ha estado al pie de la justicia”.

(Antonio Carrillo)

 

En un hermoso libro de partituras con cuarenta y dos de las obras del músico nacido en Barquisimeto el 29 de octubre de 1892: “Homenaje al Maestro Antonio Carrillo”, se recuerda la vida y obra de este gran músico que nos dejó -en exactamente setenta años de vida- una obra espléndia. Fue una edición del año 1978 del Ministerio de Información y Turismo. Su propósito se nos presenta en la primera página:

“Se pretende con esta publicación rendir justo homenaje al maestro Antonio Carrillo, señor del bandolín, en reconocimiento a su fecundo trabajo desbordante de resonancias telúricas, y devolver al pueblo de Venezuela esta obra de la cual es sólo el auténtico inspirador”.


Destaca entre el grupo, su famoso vals “Como llora una Estrella”, en el manuscrito aparece la fecha de “Diciembre 1918”. Aunque se ha dicho que es una composición del maestro Carrillo de 1915, no hay evidencias de este hecho, así que asumimos la que aparece con una hermosa caligrafía en la copia del manuscrito, que seguramente heredó de su Maestro Pedro Istúriz Meneses, con quien estudió composición y armonía y aprendió a copiar música. También es importante destacar que su famosa Polka “El Saltarín”, grabado por un importante número de excelentes mandolinistas, no aparece en esta publicación.

 

Muchas historias rodean a su famoso vals “Como llora una Estrella”, que esa era la melodía que tarareaba mientras lo trasladaban desde la ciudad de Quíbor hasta su amada Barquisimeto, donde falleció a los dos días, sería un 13 de julio de 1962. Se dice que fue el Padre Carlos Borges, a quien le llevaba una serenata, y al interpretar su nueva composición y enterarse que aún no tenía nombre, dispuso: “Póngale Como llora una Estrella”.

 Cómo Llora Una Estrella

Este vals fue concebido de manera instrumental, como la mayoría de sus obras, sin embargo ha tenido en su historia hasta siete letras distintas. Entre ellas: la de Arnoldo Vivas Toledo, un músico de Los Teques, versión que fue grabada por Alfredo Sadel y el mexicano Marco Antonio Muñiz. Esta era la preferida del maestro Carrillo. En su primera parte dice:

 

Recuerdos de un ayer que fue pasión

El suave titilar que ayer yo vi

En tu dulce mirar tu amor sentí

Tu cara angelical, rosa de abril.

 

Otros que le han puesto letra son, Napoleón Arráiz quien escribió dos distintas, el compositor Juan Ramón Barrios y otra del gran mandolinista y compositor Ricardo Mendoza. Existe una letra de Elisio Giménez Sierra, nacido en el pueblo de Atarigua, muy distinta a la cantada por Marco Antonio Muñiz y Alfredo Sadel, y que también se ha popularizado mucho. En su segunda parte dice:

 

Tú que por su ventana puedes ver

Asómate a la reja y dile que

Mi corazón suspira por su amor

Y yo me estoy muriendo de dolor

Dile que una palabra nada más

Que salga de sus labios podrá ser

La dicha de mi vida la felicidad.

 Como llora una estrella - Jesús Sevillano

Manuel Rodríguez Cárdenas lo bautizó como “El mejor bandolinista de América”: “así lo llamé yo, con el derecho que me da el haberme pasado lo más ancho de mi vida con el oído pegado a los sones que brotan de mi tierra”, enfatizó. Sus palabras nos remiten a la trascendencia de este importante músico: “por aquella su música, que arranca a pedazos y le desbordaba de los dedos, lo mismo que una rosa se asoma en el balcón del vaso y resume toda la inmensidad de Dios”.

 

El día once del mes de julio de 1962, el maestro Antonio Carrillo se había trasladado hasta la población de Quíbor, para agasajar con una serenata, a su amigo el músico, compositor y periodista Juan Pablo Ceballos (1901-1985). Ese día estrena un bello vals titulado “Canto y Flores” –canto para la Divina Pastora y Flores para la Virgen de Altagracia-. Durante la tertulia musical esa tarde sufre un accidente cerebro-vascular y es trasladado a Barquisimeto, donde fallece el 13 de julio.

 

Para despedirnos con la musa que brota de su música tan sublime, apreciemos una vez más las palabras de su entrañable amigo Rodríguez Cárdenas: “Oírle era estarse en actitud absorta, meterse en una barca de velas inflamadas, poner la mano en la corva mancera de un arado de voces arpadas y regresar con el alma repleta hasta los imbornales de espigas, lauros, algas, sol y caracoles. Oírle, en fin, era recibir el poderoso mensaje de la música que Dios puso en las cosas cuando pobló la tierra”.

 

Ese intenso y eterno mensaje de su música que nos dejara el alma “henchida de romántica ansiedad”, hará imperecedero el recuerdo del maestro Antonio Carrillo y su inmortal bandolín. A ciento veintinueve años de su luz lo ofrendamos con Cantos y Flores.

 

 

Alexander Lugo Rodríguez

29/10/2021

ELEGÍA. Autor Alexander Lugo Rodríguez

 




Cuando lo rememoro

me percato que lo requiero

advierto que algo nos queda faltando

de la cosecha de su esplendor.

Que sus finas melodías

-cambiantes a cada instante-

precisan en esta hora

de su ordeñador mayor.


Pescador de luceros en amaneceres

Poeta de trémula fibra

aquella con que se tuerce el bejuco

para zurcir corazones

esguazados por el mal querer

-o las indolentes distancias-

reparándonos el aporreado candor.


Sus prolongadas afinidades con la tierra

clarinadas madrugadoras de los espeso y lo sutil

nos toca hondo

y sentimos representar

en cada rincón de la patria.

 

Sus tristezas fueron menos en la copla

y se consolaban en la sutileza de la tonada.

Ofrendó su aliento eternamente

como el sol que pinta las espigas

como la brisa que peina los maizales.

 

Porque entre el mar y los bramantes ríos

se pulsa a diario una tierra

hecha de sangre y de espuma.

Porque mentar a esta tierra de gracia

es como si dijéramos ¡Simón!

en la trinidad de su luminosidad:

Por la hechura del maestro

filósofo e inventor

por la talla del guerrero

iluminado y encendido de patria

por la modulante copla

del sanador principal de quebrantos:

Eterno ordeñador de luceros.

 

Rastreando la Tonada

que su fina voz modula

nos adentramos en ese modo

de acompañar la faena diaria

del hombre con su entorno.

Paisajes de amaneceres

crepúsculos que perduran

más allá de nuestro olvido:

Doliente canto

tendido en la inmensidad

susurro íntimo

de irrepetibles confesiones

que nunca sabrán que él

salió una tarde ceniza

a enjugar otros paisajes

y a llenarlo con sus silbos:

“mañana cuando me vaya

quién se acordará de mí

solamente la tinaja

por l’ agua que le bebí”.

 

Imperturbable, imaginario, eterno:

Proseguirá así…

palpitando con su llanería

en los amaneceres

propicios a la evocación

con su voz infinita

y sus arcanos versos

de reminiscencias sonoras.

 

Son para él en su eternidad

todos los destellos entretejidos en la memoria.

 

(A la memoria de Simón Díaz. El día de su cumpleaños número noventa y tres)

 Alexander Lugo Rodríguez




musicalex2021@gmail.com 

sábado, 23 de octubre de 2021

LA ÚLTIMA MUERTE DE JUAN JIMÉNEZ. Por Alexander Lugo

 


El joropo no está muerto

existe la tradición

mientras Juan Jiménez viva

nunca morirá el folklore.

Al compás de bandolín

Cuatro, maraca y tambor

joropo, joropo bueno

joropo de mi región

 

(“Recordando a Juan Jiménez”: Hernán Marín)

 

Sucedió hace cuarenta años, en una desvelada madrugada del 21 de octubre de 1981. Contaba con ochenta y nueve años aquel legendario cantador llamado “El canario” por sus extraordinarios dotes, siempre enamorado, siempre elocuente, con una fama que le igualaba en aventuras y romances, errante andariego que con su voz inigualable se anunciaba y con las mismas desaparecía, huyendo, siempre huyendo, cantando, siempre cantando, perseguido por sus demonios y agobiado por la fiereza de su espíritu, se abandonó definitivamente a la obstinada muerte.

Había nacido un desdibujado mes del año 1892, a los pies de las montañas de Tataracual, pertenecientes al macizo de Turimiquire en el estado Sucre. Los hechos de su vida son infinitos e incalculables. En las caminadas noches vagabundas y en los oficios diversos de arrojado temple, iba tramando sus versos que elevaba en canticas llenas de picardía y seducción.

Atraía a la vez que encolerizaba con su figura descomunal de negro orgulloso y esbelto, sus ojos claros verdeaban en cada inspiración que tañía un joropo bueno y se azulaban en los aquerenciados e infaltables registros del amor. Su condición libérrima de bohemio, su frenética trashumancia, su rutina de postergación y enredos, su alcoholizado temperamento, su machismo desbocado, lo elevaban y lo perdían.

Él se sabía superior y predestinado a vivir de su fama, sin otra posible inmortalidad que la de sus estupendo cantar, la de su garganta de oro, la de su alegría para el joropo, la de su cotorreo impecable, por ello la impaciencia de la gloria y la orgullosa presencia que imponía donde quiera que se aparecía fantasmagórico y seductor, y casi siempre insolente y desvergonzado:

“La mía fue una raza que también nació para eso y para dar hombres de verdad… Yo no encontré músico que me regañara, porque cuando este negro Juan Jiménez cantaba, no cantaba más nadie y por eso me quisieron matar por la garganta, porque yo era un trueno, porque no había quien me aguantara estos pulmones, esta caja en el pecho de Juan Jiménez. Las maracas se reventaban, el bandolín agonizaba, el acordeón se paraba en medio del joropo y yo seguía el canto como la primera vez, siempre al compás, sin pelarme en una sola palabra, eso llaman el cantor… ¡Callen la boca, yo soy el que puede hablar!”.

.

De las tantas muertes de Juan Jiménez -escribe Benito Irady- de las tantas vidas regadas en cada lugar, creció la leyenda del canario que retumbaba con su canto entre la serranía y el mar del oriente. ‘Canario’ Juan Jiménez de negrísima piel y claros ojos azules. Cantor jamás nacido de entre las piedras de Tataracual. Cantor y más cantor con garganta habituada a la brega y al amor inaudito.

Ese proceder, orgulloso y a veces desmesurado no significaba una vanidad, era su parte mecánica de la gloria, era una obligación para su oficio de alborotador de los enjambres amorosos, de los destellos luminosos de quien va repartiendo a manos llenas la felicidad. Asimismo la presunción de la incesante muerte le urgía. Por esa abstracta convicción se anclaba a la memoria de los mayores y buscaba frenético los alivios temporales de los ingentes amoríos:

“Así fui aprendiendo a vivir con el recuerdo de mi raza, de mi mama Nieves Jiménez que era una negra parranderísima, una mujer empantalonada que se mudaba para los bailes, para los velorios, que luchaba, que jugaba la maluca… Yo siempre he vivido con esos recuerdos y con la imagen de mi otra abuela llamada Clemencia Vallejo, que era una negra cantadora…”. Al topárselo en unos carnavales en Cumaná, le pregunta Benito Irady, si él era el verdadero Juan Jiménez de tanta fama, el popular cantor responde con su voz de canario:

¡Juan Jiménez el que canta

Juan Jiménez el que implora

le roba con la garganta

las niñas a las señoras!

 

Irady venía desde tiempo atrás preguntando por el legendario cantor, a quien muchos daban por muerto:

“Todos me hablaban de las maravillas de aquel hombre y me narraban distintos episodios de su muerte. Que fueron dos, los Juan Jiménez. Que no se lograba diferenciar el uno del otro. Que no había mujer que no se enamorara del hechizo de aquella voz dulce de la caña. Que fueron muchos los hijos regados entre el Valle de Cumanacoa y los distintos lugares en que dejó su encanto, desde las rutas que llevaban del mar de Araya al mar de Paria”.

En el estribillo cotorreao de la canción “Recordando a Juan Jiménez” que le dedica Hernán Marín y que sus primeras coplas sirven de epígrafe a este exordio, se deja oír:

Juan Jiménez, Juan Jiménez

como no te da un dolor

pa’ que no le pique el ojo

a la mujer de Amador.

no esperes a Juan Jiménez

que Juan Jiménez no viene

Juan Jiménez se quedó

con otra mujer que tiene.

 

Asimismo, Cecilia Todd en el ‘Golpe’ “Juan Jiménez”, entona:

Dicen que hay un cantador

Por los lados de Chiguana

Que lo mientan Juan Jiménez

Y que es muy grande su fama.

 

Rafael Salvatore lo inmortalizó en una serie de fotografías, ya en sus últimos días. Deambulaba entre la calle del mercado viejo de Cumaná y el rio Neverí, entre el sanatorio para tuberculosos y el asilo donde un paro respiratorio lo enmudeció para siempre. En una de esas gráficas lo vemos sentado en la gruesas raíces de una Ceiba gigante, la más grande de toda esa ribera del Neverí, en posición de cuclillas y con la cabeza de algodón entre las manos enlazadas, que parece en sumisa oración, sus sucias ropas, camisa desabotonada hasta más abajo del pecho, pantalón raído, ruedos disparejamente doblados a mitad de las canillas, alpargatas de tallas mucho menor a las de aquel gigante, ahora convertido en puros huesos y desolación: “este Juan Jiménez que ahora usted ve aquí eschavetado no es ni la sombra. Ya las palabras me vienen como si me van a ahogar”.

Esas borrosas imágenes son suficiente para entreverlo poroso a la muerte, veteado de hastíos y abandono. Ya Juan Jiménez se acabó, les revelaría a Salvatore y a Benito Yradi, mientras les enseñaba las saqueadas encías. Ya resignado a huir, ahora de sí mismo y de sus demonios:

“Yo lleve mucho látigo, me daban con el chicote que era un cabo de pita, un látigo, y yo lo que hacía era huir cuando era un niño, y me fui quedando por ahí, sin tener con quien contar, me fui quedando solo, igual me quedaba en los lugares de sacar las perlas que en los lugares de sacar la sal, o en las rancherías de los pescadores sacando pescado, siempre algo hacía, en otras partes vendía leña, vendía leche de cabra, vendía una botellita que llamaban conga, huía de un lugar a otro para que no me encontraran, porque me buscaban como medio real para darme látigo y castigarme en los espinerales, en los cardonales, tumbando leña en los montes”.

En peregrinación detrás de su historia, Irady recogió innumerables versiones de su vida y muerte:

“Cuando me propuse seguir su historia, recorriendo el propagado imaginario de un pueblo a otro pueblo, lo habían dado de muerto en las Costas de Güiria, allá me habían dicho que murió embarcado hacia Trinidad y me aseguraron que después de su muerte solo se oía una cantica que el mar empujaba en las noches”. También refiere que en Cumanacoa le habían confesado que murió de un “maldeojo” por un maleficio. Más adelante, en las Fraguas, que se había ido a morir a su terruño Tataracual, Por Carupano decían que era nacido en Cariaco y que ya había muerto en Cumaná. En lo que si coincidían todos era en su habilidad para improvisar canticas, llenando de alegría los joropos y haciendo estallar de gozo las maracas con su canto. Las memorias del padre brotarán de continuo en sus conversas:

“…de esas costas de no sé de dónde, llego mi papá Antero Vallejo, que era un gigante de hombre, era un negro de verdad, venía de esas costas de Paria, dicen que había nacido entre Güiria y Trinidad, de por ahí de afuera de esas costas era él. Murió en Los Bordones y lo enterraron por las playas de San Luis, por ahí donde había un cementerio cerca de una laguna llamada Pozo de Caimán, pero vivió en todas partes y tuvo una cuadrilla de hijos porque fue un hombre mujeriego”… “mi papá no encontró hombre que le pegara, los hombres sabían que Antero Vallejo no era hombre para ellos, había hombres que salían a buscarlo para malograrlo, sin saber que desde ese momento estaban en el otro mundo, porque mi papá tenía los secretos de esta raza grande de nosotros…”

Y así, rememorando a sus mayores, a su vida de leyenda, a sus abundantes amores, y a su condición de errante vagabundo, siguió huyendo del mundo que lo aprisionaba, evadiéndose finalmente de esa vida que le vedaba el aire:

“Yo atravesaba las serranías del Turimiquire y me iba cimarroneando hasta Caripe del Guacharo…” Trabajé en la tierra y trabajé en el mar porque me gustaba andar embarcando. Yo pienso que si me hubiera quedado en Punta Araya, que fuera de mí, si me hubiera devorado un pez o si fuera un gran marino o un gran cocinero de una embarcación, o quizás hubiera aprendido a gobernar un timón para huirme por todos esos mares, porque yo siempre fui un huido…”.

                                                         

Alexander Lugo Rodríguez

23 de octubre de 2021 a cuarenta años de la huida definitiva de Juan Jiménez

 






viernes, 15 de octubre de 2021

No es lo mismo mentarlo que verlo venir. Diabladas en la Música Venezolana. Por Alexander Lugo

 



Abunda en menciones y alusiones esa mítica figura de un querubín caído que burla burlando y fascina tentando, los pueblos ricos en ingenio y chanzas lo refieren en legendarios romances de briosas reyertas con su alter ego, y en no pocas guasas de la sabiduría pueblerina.

Dante lo sublimizó en un infierno formado por nueve círculos como escarmiento de pecadores. En “El Paraíso Perdido”, John Milton lo retrató para siempre, ángel apóstata, hermoso y rebelde; Goethe nos lo refrenda como un seductor y solicito Mefistófeles cobrándole el alma a un Dr. Fausto que lo requiere. Oscar Wilde lo alude aristocráticamente en su “Retrato de Dorian Gray”. 

En nuestro patio, Arvelo Torrealba escogió las formas expresivas del contrapunteo llanero, que galopa al severo ritmo de los pulsos arpistas o bandoleros, cuatristas y maraqueros que hacen mejor concierto con los redondeos cíclicos de nuestras faenas ganaderas en que se comulgan con la trashumancia vaquera, con una pieza de largo aliento y carácter puramente nacional como es su impecable y arrobador Florentino… Con suficiente bastimento para llenar de imaginería a los músicos de “colcha y cobija” como José Romero Bello y “El Carrao” y de encendido nacionalismo impresionista, como Antonio Estévez. Telúrico ‘Contrapunteo de la Vida y de la Muerte’, lo mentó Orlando Araujo.

 

LOS DIABLITOS DE CORPUS

La devoción popular de las Diabladas de Corpus Christi, manifestación ritual de varias comunidades venezolanas tiene su origen en Europa. “Las ceremonias se celebraron en el interior de las iglesias hasta que el Papa Inocente III las prohibió, en el concilio de Letrán de 1215, permitiendo las danzas y la música solo fuera del templo”.

La celebración del Corpus en España, coincide con el propio arribo de las calaveras a tierras desconocidas que supusieron de “las Indias Occidentales”, donde esperaban en la orilla, confiados y desnudos como sus madres lo parieron, aquellos nobles cuerpos bronceados con sonrisas y mansa contemplación, mientras desde la proa observaban vacilantes y totalmente perdidos, aquellos barbados, boquiabiertos y cundíos de piojo. Por tanto, en el siglo XVI, la tradición viaja al ‘Nuevo Mundo’, con los conquistadores.

La primera referencia que se encuentra en Venezuela sobre la celebración del Corpus Christi data de 1582, cuando el gobierno municipal de Coro la ordena en los siguientes términos:

“Toda la octava de Corpus Christi, el Santísimo Sacramento debe entronizarse en el Altar mayor con cuatro velas encendidas y dos antorchas, después de la vigilia debe ir en procesión por el interior de la iglesia regada con flores y hierbas aromáticas”. (Acta del Cabildo de Caracas, Tomo IV)

Las danzas negras y mulatas, dentro de la procesión de Corpus, se mantuvieron hasta la llegada del Obispo Diego de Baños y Sotomayor, quien, en 1687, las prohíbe y decreta en Las Constituciones Sinodales del Obispado de Venezuela y Santiago de León de Caracas:

“En muchas ciudades de nuestro Obispado está introducido que en las Procesiones, no solo de Corpus y su Octava, sino también en la de los Santos Patronos, se hagan danzas de Mulatas, Negras e Indias, con las cuales se turba, e inquieta la devoción, con que los fieles deben asistir en semejantes días… Mandamos pena de Excomunión Mayor, que las dichas danzas…, no se hagan, ni permitan”.

La festividad de Corpus se menciona nuevamente en un acta del cabildo de fecha 14 de noviembre de 1746: “…se han producido muchos desordenes y actos inmorales, realizados por enmascarados, llamados diablitos”.

De acuerdo con el documento estos diablitos eran: “negros con muy malos hábitos que todos los años destruían cosas y cometían robos”.

Corpus se celebró en Caracas con una procesión, en la cual los Diablitos salían a la calle, las horas de la tarde, dirigidos por un diablo cuya máscara y cuernos eran más grandes que los del resto. Todos llevaban una maraca en la mano derecha y un pañuelo de madrás en la izquierda, danzaban de forma grotesca frente a las ventanas de las casas, al ritmo del tambor.

En Caracas, la danza de los Diablitos de Corpus se realizó hasta finales del siglo XVIII. En cambio en la región central del país, particularmente en las haciendas de café, cacao y caña de azúcar, donde la población predominante era la negra, en situación esclavizada, la tradición de los diablos danzantes aparentemente permaneció inalterada, como se deduce de su existencia en Naiguatá, San Francisco de Yare, Cata, Turiamo, Ocumare de la Costa, Chuao, Canoabo y Patanemo. Se encuentran algunas representaciones de Diablos en otros lugares de Venezuela, como las de Cumaná y El Callao, pero no son Diablos de Corpus.

Los Diablos danzantes de Corpus Christi fueron reconocidas por la UNESCO como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad en 2012. Lugar de celebración: Yare, Ocumare de la Costa, Bahía de Cata, Cuyagua, Turiamo, Chuao, Bahía de Patanemo, San Rafael de Orituco, Tinaquillo, San Millán, Naiguatá.

 



¡AH DIABLO! La Leyenda del Diablo de Carora.

En la geografía simbólica de Venezuela, es Carora una tierra de la risa y la penitencia, del intelecto y la pereza, el estío y la inundación, la cordura y el delirio, la virgen morena y el demonio. Esto para la Carora de entonces, pequeña villa recoleta, respetuosa con las Autoridades y con Santo Temor de Dios, fue un escándalo que produjo asombro, ira y miedo colectivo. Al no explicarse porque hubo cinco muertos, blasfemias, irrespeto a la Casa de Dios y a sus servidores consagrados, apelaron entonces a las fuerzas sobrenaturales y se creó la leyenda de que “en Carora el Diablo andaba suelto”.

Sobre esta leyenda del diablo de Carora encontramos el siguiente relato que se publica el 22 de octubre de 1919 en el número 42, de El Diario de Carora:

Específicamente en 1734, cuando unos contrabandistas de apellidos Hernández Pavón andaban en la región larense, los alcaldes Tiburcio Riera y Adrián Muñón de Miranda metieron preso a uno de ellos. Los Hernández Pavón mataron al guardia que apresaba a uno de los Hernández y lo liberaron. Los alcaldes comenzaron a organizar a la gente del pueblo para perseguir a los supuestos contrabandistas. Frente al convento de Santa Lucía se encuentran los hermanos Hernández y los alcaldes junto al pueblo. Los primeros se refugian en el convento y los alcaldes amenazan con derrumbar las puertas. Cuando logran agarrar a los Hernández Pavón, son fusilados en la Plaza Real, delante de todos los allí presentes. Más adelante, la justicia española condena a muerte a los alcaldes.

Uno, Tiburcio Riera es ejecutado en la Plaza de la Guaira y el otro logra escapar a Nueva Granada. Los Hernández eran trabajadores de la Compañía Guipuzcoana, por ello, según nos dice Luis Beltrán Guerrero, eran calificados como enemigos de la oligarquía regional, es decir eran unos “rebeldes”. La acusación que se les hacía era la de no haber pagado “diezmos y primicias” a la Iglesia. También fueron acusados de no asistir a la santa misa y de ser hombres de vida “desarreglada, sin temor de Dios ni del Rey.” Por estas muertes acontecidas en aquel día de siglos atrás, se creyó que ‘el Diablo andaba suelto en Carora’.

El caroreño cuando se asombra y quiere ponderar algo muy grande dice: ¡AH DIABLO!

 

SE SOLTÓ EL DIABLO

El otro Diablo, famoso por “animar las fiestas con su melodía acompañada de bandolines, guitarras, cuatros, pianos y bandas de músicos populares” es el valse-joropo de Heraclio Fernández. Nos cuenta el maestro Alirio Díaz que con el pasar de los años este valse fue considerado anónimo, pero gracias a la investigación que realizara, se pudo constatar que la pieza fue compuesta a finales del siglo XIX por el compositor zuliano que vivió desde niño en La Guiara.

A fines del siglo XIX, nos dice Díaz que Santiago Añez compuso una pieza titulada también El Diablo Suelto. Otro valse conocido como El diablo suelto fue El Bejuquero. En la época en la que vivió Heraclio, quien dirigía un periódico que era hechura suya llamado “El Zancudo”, el cual era su pseudónimo, existían varias periódicos “Humorísticos y Satíricos” con estos nombres: El Diablo Verde (1868); El Diablo Cojo (1868), de Maracaibo; El Diablo Suelto (1875-77-78), de Caracas; El Diablo Cojuelo (1878), de Ciudad Bolívar; El Diablo Suelto (1888), de Barquisimeto; y El Diablo (1890-189?), de Caracas.

El ‘Cantor de la Voz de Pueblo’,  Gualberto  Ibarreto,  hace  una versión  de la pieza musical  de Heraclio con letra  del compositor  Henrique Hidalgo, ya que solamente  se conocía  como instrumental.                                       

  Gualberto Ibarreto el Diablo Suelto                                                                         

Recógete muchacho que por ahí anda el diablo suelto

y lleva entre sus cachos al hijo de Ruperto

que Lucifer lo llaman, mandinga, varios nombres le dan.

Que lo han visto en Carora, también que lo han visto en San Juan.

 

Por su parte Celestino Carrasco “El Negro Tino”,   componeuna pieza musical en tiempo de Golpe Larense estilizado, que popularizó la cantante Adilia Castillo acompañada por el Grupo Los Araucanos, llamado el Pi pi piriguá, inspirando en la leyenda caroreña: “Se soltó el diablo”. El estribillo   dice: 

Allá viene el diablo

dale con la  cruz (bis)

a mi no me asusta

lo que digas tú.

 

Amílcar  Segura, aparece  como el compositor de: “Se Soltó el Diablo é  Carora”, otra composición  musical,  que  contribuye  en  dar  a  conocer  los  pormenores  de  la  leyenda:

Se soltó el diablo é Carora

a diablo pá condenao

porque se secó la ceiba

donde lo habían amarrao.

 

Por último está la pieza para guitarra solista escrita Rodrigo Riera en 1969: Golpe al Diablo de Carora.

 Golpe al Diablo de Carora

SIMPATÍA POR EL DIABLO

En su tercera versión, la de 1956, asegurándonos que era la última –yo todavía pienso que trabaja en una nueva- el poeta Alberto Arvelo Torrealba (Barinas: 1904-1971) nos presenta así al jinete de trote sombrío:

Súbito un hombre en la puerta:

indio de grave postura,

ojos negros, pelo negro,

frente de cálida arruga,

pelo de guama luciente

que con el candil relumbra,

faja de hebilla lustrosa

con letras que se entrecruzan,

mano de sobrio tatuaje,

lunar de sangre en la nuca.

Un golpe de viento guapo

le pone a volar la blusa,

y se le ve jeme y medio

de puñal en la cintura.

Entra callado y se apuesta

para el lado de la música.

Dos dientes de oro le aclaran

la sonrisa taciturna.

 

“Oiga, vale, ese es el Diablo”

-la voz por la sala cruza-.

 Florentino y el Diablo

Al presenciar maravillado lo que hizo con su poema, Antonio Estévez en “La Cantata Criolla”, el poeta Arvelo le escribe una magistral carta pública, aparecida en el diario El Universal del 13 de diciembre de 1961, donde entre otros prodigios le expresa:

En alardeo de ésta imparcialidad, bien puedo confesar ahora cuando ya solo soy un tercero en la litis, que si alguna tentación de preferencia tuve en el poema, fue hacia el Diablo… el grave Autócrata de la Tiniebla es más hondo, más poeta, más músico, más humano en las resonancias de la tragedia y la amargura. Rebelión y sufrimiento son el signo cardinal satánico.

Armonizando antítesis, como en dialéctica de embrujo, su Cantata se nos revela sosegadora e inquietante, llana y profunda, universal y criolla, popular y erudita, real y fantasmagórica. Su fondo permanente es rebeldía. Su fuerza humana, la virtualidad de conmover muchedumbres y de pasmar maestros. Su proeza artística, hacernos oír, bajo el cielo de América, con virgen voz americana, el ronco son de los remos con que aún golpean a los siglos los trágicos barqueros de la Estigia y el Aqueronte. Dentro de lo musical, la concurrencia de esos rasgos tipifica el signo demoníaco. Lo cual da a usted, sitio de honor entre los grandes músicos de inspiración diabólica que patrullea Paganini.

Por todo eso empiezo a sospechar, dilecto amigo, que entre los dos copleros, fraternos en el arte, antagónicos en el rumbo y en la meta de la esperanza, usted ha tenido también su poquito de preferencia por el Diablo.

De usted, cordialmente, 

A.A.T.

 


Podemos decir, para cerrar este exordio:

'Que si a usted no le ha salido el Diablo es porque lo lleva por dentro'.

 

Alexander Lugo Rodríguez

16/10/2021


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