Poseedor de una herencia y
tradición musical en línea directa por parte de sus abuelos maternos y de
sensibilidad poéticas por los paternos. Herencia que se templó al calor e
intensidad del mar caribe, y se pobló de azules en la melancolía de aquellos
cantos venidos en “galeones” españoles para preñar de Jotas, Malagueñas, Polos
y Galerones, la Isla de “Paraguachoa”.
Nacido el 30 de julio de 1949 en
la población de El Cercado, Nueva
Esparta, y criado en un hogar de músicos. Fueron sus padres Juana Pastora
Patiño y Alberto Justiniano Valderrama y desde pequeño comienza a sentir la
huella de sus ancestros. Señala “Beto”, en una conversa franca:
“… al Cercado llegó un señor en el s.
XVIII de nombre Juan Francisco Patiño, este señor tocaba un instrumento que se
presume era una vihuela; Juan Francisco era abuelo de mi bisabuelo. Por su
parte mi bisabuelo, el señor Antero Patiño, tocaba la bandola, y mi abuelo la
mandolina y el cuatro; con él y mi tío me inicio en la música.
Su abuelo paterno cruzará su
nombre para bautizar al hijo y tanto Justiniano Alberto como Alberto
Justiniano, -ambos juglares populares-, cultivarán la décima para el velorio de
cruz, los judas o la anécdota pueblerina.
Esta herencia poético-musical lo
definirá desde temprana edad, y ya a los nueve años comienza a familiarizarse
con el Cuatro, la Guitarra y posteriormente con la Mandolina –que tomaba a
escondidas del abuelo, Don Cecilio Patiño- instrumento que le acompañará de por
vida junto con la bandola.
Ya estudiando en la Escuela de
Música “Inocente Carreño” de Porlamar, conoce al profesor Luis Manuel González,
quien será su gran maestro. Allí también estudió con Augusto R. Fermín, con
“Chilo” Guerra y con el gran guitarrista Rómulo Lazarde, desaparecido hace
pocos meses. Más adelante en un encuentro casual con el profesor Manuel
Briceño, venido de Caracas, acuerdan los estudios:
“…Entonces estuvo aquí en Margarita el
profesor Manuel Briceño, que era un mandolinista y músico reconocido en Caracas,
y él me vio tocando… Entonces me dijo: ‘Chico yo estoy a la orden. Yo vivo en
Caracas. Veo que tú tienes muchas condiciones, ¡Cónchale que facilidad para
tocar…”. Me dio su dirección y su teléfono”.
Y Así lo hará “Beto”, durante un
tiempo estará viajando a Caracas, ida por vuelta, para aprovechar las
enseñanzas del maestro Briceño. Sin embargo no desestima su aprendizaje con sus
primeros docentes, como el maestro Augusto Fermín, con quien desarrolla una
fructífera relación tanto musical como afectiva, unida a una sólida relación
con los destacados músicos insulares: Rómulo Lazarde, José Ramón Villarroel,
Francisco Mata, Chico Real, Augusto Ramos, “Chelias” Villarroel, y otros
destacados cultores margariteños.
Ya para esa época había creado su
propio conjunto: “Los Yares”, presentándose con mucho éxito en actos y centros
culturales, así como en la emisora “Radio Nueva Esparta”, la única que existía
en aquellos tiempos. Con ellos dará gran cantidad de serenatas por toda la
Isla.
Será el maestro Briceño en
Caracas, quien le recomiende adiestrarse en el conocimiento del lenguaje
musical: “Mire, usted tiene que ponerse a estudiar Teoría y Solfeo, porque sino
no puede avanzar”. Así lo hará, sin embargo nunca quedará satisfecho:
“Entonces existía el maestro Luis
Manuel Gutiérrez –‘Maneque’- que incluso, fue maestro de Modesta Bor… Yo me fui
con mi primo Gustavo que también tocaba guitarra y llegamos allá. -‘Bueno, ¿y
qué quieren ustedes?’ nos preguntó. -‘Bueno maestro…’ y le explicamos. -‘Como
no muchachos’, nos dijo con aquella gran sencillez. Bueno y empecé a estudiar
con él la parte teórica, así en forma muy esporádica. No iba constantemente,
iba cada quince días. Era en Juangriego. A veces tenía que irme a pie; otra en
bicicleta. Era muy dura la cosa… Sin embargo, no veía, ¡no encontraba el
lenguaje musical que yo soñaba”.
El maestro “Beto” Valderrama desde
comienzos de los años sesenta participa en numerosos grupos musicales, entre
ellos: “Los Guaiqueríes” de Francisco Mata, “Rondalla Universitaria Margariteña”,
“Cuerdas de la Villa del Norte”, y el grupo “Los Ñeros”. Y su intervención como
primera mandolina en más de 30 discos de larga duración de música folklórica y
popular venezolana; incluyendo seis LP, como solista y director musical.
Su experiencia en el campo de la
música lo ha llevado mucho más allá del campo de las composiciones. Es autor de
varios textos y métodos de estudios, así como del libro “Margarita su Música y sus Músicos”. El
poeta Ángel Félix Gómez, en el prólogo de este libro expresa:
“Beto Valderrama es un músico de
escuela pero es que ya Beto había nacido músico. Desde niño tuvo dominio de los
instrumentos de cuerdas, con los cuales acompañó a los cantores de galerón.
Hizo correr sus ágiles dedos por la cuerdas de mandolinas para acompañar el
canto melancólico del cantor de Jota margariteña”.
Hubo un impacto en su nacimiento
que lo marcará. Un emocionado “Beto” lo describe así:
“Prácticamente mi nacimiento fue
bastante accidentado, porque mi mamá murió en el parto, una hora después de yo
haber nacido, por las circunstancias de aquella época. Yo nací en casa de mis
abuelos, atendida mi mamá por una partera y esas circunstancias, pues, de que
en Margarita no había todavía hospitales,… Mi papá estaba en los campos
petroleros, en el Zulia, en esa época, buscando trabajo como normalmente hacia
todo margariteño. Entonces me crie con mis abuelos maternos. Precisamente, de
ahí viene la inclinación hacia la música, porque mi abuelo materno era músico
popular”.
De su debut con la mandolina, su
instrumento por excelencia, nos dirá:
“La primera vez que yo toqué mandolina,
lo hice en un programa de radio, porque el Conjunto “Guaiquerí” tenía una pieza
de moda para esa época, que ceo que era “María Pancha”, y nosotros teníamos un
programa de radio todos los domingos, con un conjunto llamado Los Yares,… Yo
hice mi propio grupo a esa edad, a los 14 años, y debutamos en radio con el
grupo. Allí en ese programa acompañé a uno de los muchachos que estaba cantando
en el grupo, a tocar esa canción, y ahí comencé con la mandolina. Pero, claro
ya tenía un poquito de cierta facilidad de adaptarme al instrumento, porque
tocaba la guitarra (cuerdas de acero) con púa”.
Su primera juventud transcurrirá
en un intenso trajinar entre la música tradicional margariteña, la música
popular bailable, así como entre parrandas y fiestas vecinales. Su elección de
por vida es la música y a ella se consagra: “Yo soy músico, porque yo quise ser
músico. Primero por el acercamiento que tenia del hogar de músicos, y después
porque a mí me gustaba la música”.
En uno de sus viajes a Caracas
como mandolinista del grupo “Los Guaiqueríes” de Francisco Mata, cuenta la
siguiente anécdota:
“…estando en Caracas –año 69-70- vino
un grupo de Barquisimeto a grabar un disco, y el mandolinista tuvo un problema,
parece que se enfermó… Entonces el director del grupo le preguntó al técnico de
Discomoda por un mandolinista. El tipo le dijo: ‘por aquí hay un muchacho que
toca con Francisco Mata. Vamos a llamarlo para ver si te sirve, a ver si te
puede hacer el trabajo’. Me llamaron, cuando llegué allá el señor me sacó un
papel de música, un arreglo, una partitura, entonces yo le dije: ‘!Cónchale yo
conozco las notas pero no tengo esa velocidad para leer a primera vista! ¿Por
qué usted no me tararea lo que está escrito aquí?’. El técnico puso la pieza y
él me cantó la parte que tenía. Lo hizo tres veces, para la cuarta vez yo le
dije al técnico: ‘Vamos a tratar de grabarla para ver’. Empezó a grabar y pasó
la pieza. Cuando terminé, el hombre salió de los estudios de grabación así como
espantado y me dice: ‘Pero, ¿cómo es posible? Tú has hecho eso conforme está
escrito, sin pelar una nota. Mira, eso no puede ser. Eso es impresionante, yo
nunca había visto eso…, usted es un fenómeno’. Yo no le di mucha importancia a
la cosa”.
El maestro Valderrama distingue:
“La música tradicional de un Pueblo, de
su folklore, es una cosa. Eso no se puede aprender sino a través de la vía
oral, a través del entorno, a través de las vivencias del pueblo, y la música
popular ya va un poco más elaborada. La música que nació en las ciudades es otra
cosa, y la música académica, que es otra cosa”.
Su preocupación por las
tradiciones populares será una constante:
Siempre se siente una especie de
desprecio por la música de los pueblos, que yo no le veo ningún tipo de
sentido, porque ese es un tipo de las formas en que el muchacho mentalmente
pueda desarrollar su capacidad creativa…”.
Asimismo su dedicada labor
investigativa y pedagógica:
“…, no existe en Margarita un
Conservatorio o una escuela de música acorde con las circunstancias actuales.
Uno hace lo que uno puede. En eso ha sido muy importante el trabajo que yo he
venido desarrollando desde el punto de vista pedagógico, porque yo he aprendido
una serie de cosas que se aprenden es trabajando directamente con los niños,
buscándoles nuevas formas, buscándoles elementos por los cuales ellos puedan
sentirse entusiasmados, buscando vías”.
Esa constante búsqueda de “algo
deferente” ha caracterizado la vida y obra del maestro “Beto” Valderrama
Patiño. Esa ha sido la fuente inagotable de su saber y de su esencia. Su
terruño margariteño, su mar, su música y su poesía, se asoman con solo mirarlo,
y cuando se descubre absorto al maestro “Beto”, lo sabe uno lejos, como volando,
como buscando su propia huella, su propio destino:
“Siempre me he inclinado hacia
Margarita, hacia las vivencias de mi isla, sin intención de querer hacer las
cosas mejor que nadie, ni buscar con ello ninguna vía que me conduzca hacia el
‘estrellato’, como se dice en el mundo artístico. Sino, simplemente, de llenar
un vacío interno de mi personalidad”.
Allí está su esencia, su entorno
vivencial, su traumático nacimiento y su feliz encuentro con la poesía del alma
de los pueblos, su lírica y sus sonidos. Hoy en su cumpleaños número 72 dejamos
este sencillo pero sentido reconocimiento. Larga vida maestro “Beto”.
Alexander Lugo Rodríguez
30/07/2021