viernes, 30 de julio de 2021

Alberto “Beto” Valderrama Patiño. En la búsqueda de su soñado mensaje. Por Alexander Lugo



 

Poseedor de una herencia y tradición musical en línea directa por parte de sus abuelos maternos y de sensibilidad poéticas por los paternos. Herencia que se templó al calor e intensidad del mar caribe, y se pobló de azules en la melancolía de aquellos cantos venidos en “galeones” españoles para preñar de Jotas, Malagueñas, Polos y Galerones, la Isla de “Paraguachoa”.

 

Nacido el 30 de julio de 1949 en la población de El Cercado, Nueva Esparta, y criado en un hogar de músicos. Fueron sus padres Juana Pastora Patiño y Alberto Justiniano Valderrama y desde pequeño comienza a sentir la huella de sus ancestros. Señala “Beto”, en una conversa franca:

 

“… al Cercado llegó un señor en el s. XVIII de nombre Juan Francisco Patiño, este señor tocaba un instrumento que se presume era una vihuela; Juan Francisco era abuelo de mi bisabuelo. Por su parte mi bisabuelo, el señor Antero Patiño, tocaba la bandola, y mi abuelo la mandolina y el cuatro; con él y mi tío me inicio en la música.

 

Su abuelo paterno cruzará su nombre para bautizar al hijo y tanto Justiniano Alberto como Alberto Justiniano, -ambos juglares populares-, cultivarán la décima para el velorio de cruz, los judas o la anécdota pueblerina.

 

Esta herencia poético-musical lo definirá desde temprana edad, y ya a los nueve años comienza a familiarizarse con el Cuatro, la Guitarra y posteriormente con la Mandolina –que tomaba a escondidas del abuelo, Don Cecilio Patiño- instrumento que le acompañará de por vida junto con la bandola.

 

Ya estudiando en la Escuela de Música “Inocente Carreño” de Porlamar, conoce al profesor Luis Manuel González, quien será su gran maestro. Allí también estudió con Augusto R. Fermín, con “Chilo” Guerra y con el gran guitarrista Rómulo Lazarde, desaparecido hace pocos meses. Más adelante en un encuentro casual con el profesor Manuel Briceño, venido de Caracas, acuerdan los estudios:

 

“…Entonces estuvo aquí en Margarita el profesor Manuel Briceño, que era un mandolinista y músico reconocido en Caracas, y él me vio tocando… Entonces me dijo: ‘Chico yo estoy a la orden. Yo vivo en Caracas. Veo que tú tienes muchas condiciones, ¡Cónchale que facilidad para tocar…”. Me dio su dirección y su teléfono”.

 

Y Así lo hará “Beto”, durante un tiempo estará viajando a Caracas, ida por vuelta, para aprovechar las enseñanzas del maestro Briceño. Sin embargo no desestima su aprendizaje con sus primeros docentes, como el maestro Augusto Fermín, con quien desarrolla una fructífera relación tanto musical como afectiva, unida a una sólida relación con los destacados músicos insulares: Rómulo Lazarde, José Ramón Villarroel, Francisco Mata, Chico Real, Augusto Ramos, “Chelias” Villarroel, y otros destacados cultores margariteños.

 

Ya para esa época había creado su propio conjunto: “Los Yares”, presentándose con mucho éxito en actos y centros culturales, así como en la emisora “Radio Nueva Esparta”, la única que existía en aquellos tiempos. Con ellos dará gran cantidad de serenatas por toda la Isla.

 

Será el maestro Briceño en Caracas, quien le recomiende adiestrarse en el conocimiento del lenguaje musical: “Mire, usted tiene que ponerse a estudiar Teoría y Solfeo, porque sino no puede avanzar”. Así lo hará, sin embargo nunca quedará satisfecho:

 

“Entonces existía el maestro Luis Manuel Gutiérrez –‘Maneque’- que incluso, fue maestro de Modesta Bor… Yo me fui con mi primo Gustavo que también tocaba guitarra y llegamos allá. -‘Bueno, ¿y qué quieren ustedes?’ nos preguntó. -‘Bueno maestro…’ y le explicamos. -‘Como no muchachos’, nos dijo con aquella gran sencillez. Bueno y empecé a estudiar con él la parte teórica, así en forma muy esporádica. No iba constantemente, iba cada quince días. Era en Juangriego. A veces tenía que irme a pie; otra en bicicleta. Era muy dura la cosa… Sin embargo, no veía, ¡no encontraba el lenguaje musical que yo soñaba”.

 

El maestro “Beto” Valderrama desde comienzos de los años sesenta participa en numerosos grupos musicales, entre ellos: “Los Guaiqueríes” de Francisco Mata, “Rondalla Universitaria Margariteña”, “Cuerdas de la Villa del Norte”, y el grupo “Los Ñeros”. Y su intervención como primera mandolina en más de 30 discos de larga duración de música folklórica y popular venezolana; incluyendo seis LP, como solista y director musical.

Su experiencia en el campo de la música lo ha llevado mucho más allá del campo de las composiciones. Es autor de varios textos y métodos de estudios, así como del libro “Margarita su Música y sus Músicos”. El poeta Ángel Félix Gómez, en el prólogo de este libro expresa:

 

“Beto Valderrama es un músico de escuela pero es que ya Beto había nacido músico. Desde niño tuvo dominio de los instrumentos de cuerdas, con los cuales acompañó a los cantores de galerón. Hizo correr sus ágiles dedos por la cuerdas de mandolinas para acompañar el canto melancólico del cantor de Jota margariteña”.

 

Hubo un impacto en su nacimiento que lo marcará. Un emocionado “Beto” lo describe así:

“Prácticamente mi nacimiento fue bastante accidentado, porque mi mamá murió en el parto, una hora después de yo haber nacido, por las circunstancias de aquella época. Yo nací en casa de mis abuelos, atendida mi mamá por una partera y esas circunstancias, pues, de que en Margarita no había todavía hospitales,… Mi papá estaba en los campos petroleros, en el Zulia, en esa época, buscando trabajo como normalmente hacia todo margariteño. Entonces me crie con mis abuelos maternos. Precisamente, de ahí viene la inclinación hacia la música, porque mi abuelo materno era músico popular”.

 

De su debut con la mandolina, su instrumento por excelencia, nos dirá:

“La primera vez que yo toqué mandolina, lo hice en un programa de radio, porque el Conjunto “Guaiquerí” tenía una pieza de moda para esa época, que ceo que era “María Pancha”, y nosotros teníamos un programa de radio todos los domingos, con un conjunto llamado Los Yares,… Yo hice mi propio grupo a esa edad, a los 14 años, y debutamos en radio con el grupo. Allí en ese programa acompañé a uno de los muchachos que estaba cantando en el grupo, a tocar esa canción, y ahí comencé con la mandolina. Pero, claro ya tenía un poquito de cierta facilidad de adaptarme al instrumento, porque tocaba la guitarra (cuerdas de acero) con púa”.

 

Su primera juventud transcurrirá en un intenso trajinar entre la música tradicional margariteña, la música popular bailable, así como entre parrandas y fiestas vecinales. Su elección de por vida es la música y a ella se consagra: “Yo soy músico, porque yo quise ser músico. Primero por el acercamiento que tenia del hogar de músicos, y después porque a mí me gustaba la música”.

 

En uno de sus viajes a Caracas como mandolinista del grupo “Los Guaiqueríes” de Francisco Mata, cuenta la siguiente anécdota:

 

“…estando en Caracas –año 69-70- vino un grupo de Barquisimeto a grabar un disco, y el mandolinista tuvo un problema, parece que se enfermó… Entonces el director del grupo le preguntó al técnico de Discomoda por un mandolinista. El tipo le dijo: ‘por aquí hay un muchacho que toca con Francisco Mata. Vamos a llamarlo para ver si te sirve, a ver si te puede hacer el trabajo’. Me llamaron, cuando llegué allá el señor me sacó un papel de música, un arreglo, una partitura, entonces yo le dije: ‘!Cónchale yo conozco las notas pero no tengo esa velocidad para leer a primera vista! ¿Por qué usted no me tararea lo que está escrito aquí?’. El técnico puso la pieza y él me cantó la parte que tenía. Lo hizo tres veces, para la cuarta vez yo le dije al técnico: ‘Vamos a tratar de grabarla para ver’. Empezó a grabar y pasó la pieza. Cuando terminé, el hombre salió de los estudios de grabación así como espantado y me dice: ‘Pero, ¿cómo es posible? Tú has hecho eso conforme está escrito, sin pelar una nota. Mira, eso no puede ser. Eso es impresionante, yo nunca había visto eso…, usted es un fenómeno’. Yo no le di mucha importancia a la cosa”.

 

El maestro Valderrama distingue:

 

“La música tradicional de un Pueblo, de su folklore, es una cosa. Eso no se puede aprender sino a través de la vía oral, a través del entorno, a través de las vivencias del pueblo, y la música popular ya va un poco más elaborada. La música que nació en las ciudades es otra cosa, y la música académica, que es otra cosa”.

 

Su preocupación por las tradiciones populares será una constante:

 

Siempre se siente una especie de desprecio por la música de los pueblos, que yo no le veo ningún tipo de sentido, porque ese es un tipo de las formas en que el muchacho mentalmente pueda desarrollar su capacidad creativa…”.

 

Asimismo su dedicada labor investigativa y pedagógica:

 

“…, no existe en Margarita un Conservatorio o una escuela de música acorde con las circunstancias actuales. Uno hace lo que uno puede. En eso ha sido muy importante el trabajo que yo he venido desarrollando desde el punto de vista pedagógico, porque yo he aprendido una serie de cosas que se aprenden es trabajando directamente con los niños, buscándoles nuevas formas, buscándoles elementos por los cuales ellos puedan sentirse entusiasmados, buscando vías”.

 

Esa constante búsqueda de “algo deferente” ha caracterizado la vida y obra del maestro “Beto” Valderrama Patiño. Esa ha sido la fuente inagotable de su saber y de su esencia. Su terruño margariteño, su mar, su música y su poesía, se asoman con solo mirarlo, y cuando se descubre absorto al maestro “Beto”, lo sabe uno lejos, como volando, como buscando su propia huella, su propio destino:

 

“Siempre me he inclinado hacia Margarita, hacia las vivencias de mi isla, sin intención de querer hacer las cosas mejor que nadie, ni buscar con ello ninguna vía que me conduzca hacia el ‘estrellato’, como se dice en el mundo artístico. Sino, simplemente, de llenar un vacío interno de mi personalidad”.

 

Allí está su esencia, su entorno vivencial, su traumático nacimiento y su feliz encuentro con la poesía del alma de los pueblos, su lírica y sus sonidos. Hoy en su cumpleaños número 72 dejamos este sencillo pero sentido reconocimiento. Larga vida maestro “Beto”.




 

 

Alexander Lugo Rodríguez

30/07/2021


jueves, 29 de julio de 2021

Teófilo León y su huella en la Música de Venezuela. Por Alexander Lugo

 

En aquella Caracas “decadente” de finales del siglo XIX que aun esperaba por los 60 hombres a caballo que habrían de salir de las cordilleras andinas para hacerse violentamente del poder al despuntar el nuevo siglo, viene al mundo un niño predestinado a ser protagonista de los cambios que también se gestarían en el mundo cultural y particularmente en el de la música venezolana.

 

Había nacido nuestro personaje el 28 de febrero de 1892 en la ciudad de Caracas, en un ambiente político caracterizado por la crisis de gobernabilidad y los continuos “alzamientos”. Temprano la familia León se traslada a la capital del estado Miranda, donde transcurren los primeros años de vida del inquieto niño Teófilo Román, temprano también inicia su despertar al mundo mágico de los sonidos.

 



Había hasta ese momento en nuestra historia musical un legado de importantes organistas, tradición que venía desde 1591, donde se registra la presencia del primer órgano en la Catedral de Caracas (Iglesia mayor), su ejecutante era Melchor Quintella, quien al menos en funciones, vendría siendo el primer maestro de Capilla de la historia musical del País. Sería la iglesia el recinto por excelencia donde se haría la música que podríamos llamar académica, porque precisaba de la lectura y el manejo de las técnicas compositivas y de ejecución.

 

Hasta el siglo XVIII va a ser el órgano el instrumento rey en Venezuela. Hasta que a mediados del siguiente siglo sería desplazado por el Piano y una generación de extraordinarios músicos encabezados por la más grande de nuestros pianistas, la genial Teresa Carreño, hija, nieta y bisnieta de importantes músicos, pianistas, compositores y organistas.

Será el piano el instrumento sucesor del órgano en el gusto y mayor difusión, así como de los más célebres ejecutantes, a este le seguirá la Guitarra, comenzando el siglo XX. Mucho tuvo que ver con esto, la figura imponente del maestro Vicente Emilio Sojo, quien creó la primera cátedra de Guitarra –conjuntamente con la de Arpa “clásica”-en la antigua Escuela de Música y Declamación de Caracas. Esto no hubiera sido posible sin la presencia de Raúl Borges y de nuestro reseñado músico, el maestro Teófilo León. El “pionero de la guitarra clásica en Venezuela, lo denominaría Alirio Díaz, nuestro gran maestro de la guitarra mundial.

 

Faltaría un instrumento, clave en el desarrollo de la música venezolana, La Mandolina. Y en esto sería definitiva la impronta de Don Teófilo León. Fue un gran ejecutante, docente e impulsor de este instrumento en toda nuestra historia. Formó a toda una generación de mandolinistas y creó importante instituciones musicales donde este instrumento sería protagonista principal, como fue el Quinteto Por-Arte, agrupación dedicada al desarrollo de la música venezolana instrumental, conjuntamente con importantes músicos de nuestra historia, como el maestro Luis Felipe Ramón y Rivera (1913-1993). Esta agrupación daría paso tres años después a la formación de la Orquesta Típica Nacional. Ramón y Rivera y Teófilo León entre sus fundadores, y nuestro homenajeado sería por muchos años primera Mandolina y arreglista.




Luego de iniciar sus estudios musicales en la ciudad de Los Teques, sería estudiante regular del Conservatorio de Música y Declamación de Caracas, formándose de la mano del maestro Vicente Emilio Sojo (1887-1974), apenas cinco mayor que él, pero con una sólida formación musical, compartiendo los aprendizajes con Juan Bautista Plaza, José Antonio Calcaño, Evencio Castellanos y Ángel Sauce entre otros, corría el año de 1918 y Teófilo León ya contaba con 26 años de edad. Allí se formaría como compositor, arreglista, docente e instrumentista. A partir de esa fecha es impresionante su actividad musical y el legado que su dedicado esfuerzo aportará al desarrollo musical del país:

 

En 1919 se integra a la Banda Marcial Caracas como ejecutante del cornetín.

En 1922 es miembro de la Unión Filarmónica de Caracas, institución que será la génesis de la Orquesta Sinfónica Venezuela, creada en 1930. 

En 1926 conforma su primera “Estudiantina”, en la ciudad de Los Teques, la mayoría de los integrantes son sus alumnos. 

En 1931 funda la Estudiantina Caracas.

Para el año 1937 crea la Orquesta Miranda.

En 1938 es nombrado director de la Banda Bolívar de Los Teques, permaneciendo en el cargo por un lapso de seis años.

En 1951 funda junto con Luis Felipe Ramón y Rivera, Luis Simón Hernández, Nicolás Villamizar y Carlos Bonnet, el Quinteto Pro-Arte, el cual se dedicó durante tres años exclusivamente a la música venezolana.

En el mes de abril de 1953 se crea la Orquesta Típica Nacional, siendo miembro fundador y uno de sus principales impulsores.

 

Comenzando el año 1959 fundará lo que constituye uno de sus mayores aportes, la Estudiantina Universitaria de la Universidad Central de Venezuela, siendo la agrupación de su estilo más antigua que se mantiene activa en el país. Se ha caracterizado por su excelencia musical y por la formación de extraordinarios músicos. La Estudiantina realizó su primer ensayo formal el primero de abril de 1959 y el primer concierto se llevó a cabo el 26 de mayo de ese mismo año, en la Sala de Conciertos de la U.C.V.

 

El Maestro Teófilo fue su director por nueve años consecutivos, hasta su jubilación, ocurrida en el año 1968. También han estado al frente de la Estudiantina los maestros Luis Simón Hernández y Orlando Gámez Arismendi, y desde el año 2012 es dirigida por su primera mandolina, la maestra Yolanda Aranguren.

Es notable la labor como investigador de Don Teófilo León, recopilando, numerosas piezas del acervo de nuestra música popular y folclórica. Numerosas también, son sus creaciones y arreglos instrumentales. Entre sus composiciones destacan hermosos valses como: Andreina, Ausencia, Luisa Amelia, Hilda Teresa y Vanessa. Asimismo los merengues: Cara e` tiple, Dame lo mío, Melitón, La Quincena. Mención aparte merece su extraordinario joropo Urquía.


En una reseña discográfica se define al maestro Teófilo como: “Músico de gran sensibilidad artística, guitarrista, compositor y arreglista; de una rica actividad profesional, dentro de la cual cabe mencionarse, del pasado, su labor como director de la Banda del estado Miranda y de la Estudiantina, del año 1935”. (LP "Alma Criolla Valses Venezolanos")

 

Falleció nuestro querido maestro Don Teófilo R. León tal día como hoy hace 52 años, un 29 de julio de 1969, a los 77 años de edad.

 

 

Alexander Lugo Rodríguez

27/07/2021


martes, 27 de julio de 2021

Pedro Oropeza Volcán y su ‘Alma de Artista’. Por Alexander Lugo

 


La obra musical de Don Pedro Ramón Oropeza Volcán es imponente y sorprende por su variedad, profusión y sobre todo por su belleza. De entrada diremos que ha influido en las creaciones de nuestros más importantes compositores populares de valses, merengues, danzas y de un de tipo de joropo que podríamos denominar de salón.

 

Nacido el 16 de agosto de 1872 en Guardatinajas estado Guárico, es el “decano” de nuestros Bandolinistas, instrumento donde se destacó como pionero y al que sin duda se dedicó con más pasión. Se sabe que desde muy pequeño ya ejecutaba varios instrumentos de cuerdas pulsadas, frotadas y también de vientos. Muy temprano, siendo apenas un niño de 10 años, se integró como músico a la Banda de su pueblo natal.

 

Entrando en la última década del siglo XIX, se destaca por su gran talento y capacidad de multi-instrumentista, a los 16 años de su edad ya domina toda la escena musical de Guardatinajas y sus alrededores.  Es muy solicitado por su excelente ejecución del cuatro, la guitarra y el bandolín. En 1909, decide emigrar al vecino estado Aragua, se había casado cuatro años antes con Doña Josefa Cabrera. Inicialmente se radican en Santa Cruz, donde estudió violín con el Dr. Salvador Acosta, paralelo a su actividad como ebanista y carpintero, oficios que había aprendido del padre.


Hemos recogidos testimonios de que el maestro Oropeza Volcán comienza a viajar a partir de 1912 a Caracas para proseguir su estudios musicales. En la capital de la República se encontraría con el maestro Salvador Llamozas (1854-1940), este fue profesor de Piano en la Academia de Música, perteneciente al Instituto Nacional de Bellas Artes. Aunque nuestro primer bandolinista no aparece en la lista de alumnos de Llamozas, no es extraño que hubiera aprovechado los conocimientos del viejo maestro, quien se mantuvo en su cátedra de Piano hasta 1936, año en que le sucede uno de sus más aventajados discípulos, otro guariqueño excepcional, el maestro Moisés Moleiro. Por otro lado, dudamos que haya estudiado con Teófilo León (1892-1969), quien era veinte años menor que él y para la fecha en que nuestro personaje comienza sus viajes a la ciudad capital, el fundador de la “Estudiantina” Universitaria de la UCV, recién había iniciado estudios formales con el maestro Sojo en el “Conservatorio de Música y Declamación de Caracas”, hoy Escuela Superior de Música ‘José Ángel Lamas’.

 

Oropeza Volcán se establece luego en Villa de Cura, corría el año 1915. Allí comienzan a conocerse las facetas donde será más recordado y su nombre servirá de epónimo a importantes instituciones culturales, hablamos de su labor como director musical, docente y compositor. En el año 1917 dirige la Banda Zamora de Villa de Cura y aparecen sus primeras obras musicales. Entre ellas se menciona el vals “Claro de Luna”. Se calcula que compuso un número superior a las 130 obras populares, y otras tantas de corte religioso.

 

Entre las más interpretadas hasta el día de hoy, destacan los valses: “Pétalos de Rosa”, “Sol y Sombra”, “Joce”, “Claros de Luna”, “Alma de Artista” y la muy popular: “Venezuela y Colombia”, al estilo del Pasillo colombiano. Otros valses con nombres propios son: “Petrica”, “Arturito”, “Julieta”, “César”, “Josefina”, “Olga y Gisela”, entre otros. Asimismo los sabrosos Joropos: “Rochela Llanera”, “El Pajarillo Llanero”, “La Guabina”, “Guachamarón llanero”, “La Guarandinga”, “Negro Primero” o “Aire Llanero”.

También compuso excelentes Marchas, Polkas, Pasodobles, Danzas, Himnos y Misas. De su amplio repertorio y variedad de géneros que abordó, destacan sus extraordinarios Merengues, de una melodía saltarina y ricas armonías, como son: “No Quiero que me Quieras”, “Negra Linda”, “El Cucharón del Pailero” y los célebres: “Nicolasito”, y “Morenita”. El estilo de estos merengues instrumentales y de finas texturas, será el modelo del merengue de “salón”, hecho para apreciarlos a la manera del concierto, muy distintos a los que se desarrollarían a mediados del siglo XX, con las grandes orquestas de bailes difundidos por directores como Luis Alfonso Larrain y conjuntos como “Los Cañoneros”. Los merengues de Oropeza Volcán están en la línea que luego seguirían emblemáticos compositores como Luis Laguna, Alberto Muñoz, Cruz Felipe Iriarte, Pablo Camacaro, Henry Martínez y el propio Teófilo León.

A partir de 1921 se muda definitivamente a La Victoria, donde permanecerá por el resto de su larga vida. Continuando su labor docente y de director de Bandas y diversos conjuntos.  A la histórica ciudad del estado Aragua llegó para sembrarla de música, otro tanto hizo en El Consejo, población vecina donde fundó y dirigió la Escuela de Música, conjuntamente con don Roque Ayala Romero. Juntos participaron en la formación musical de El Consejo y La Victoria, y levantaron a una generación de músicos cuyas notas aún se oyen en esos pueblos de los hermosos valles de Aragua.

Veamos el relato de uno de sus alumnos de aquella época, Germán Fleitas Núñez, abogado, historiador, autor y político venezolano, fue el primer alcalde del Municipio José Félix Ribas del Estado Aragua y fundador de la Casa de la Cultura de La Victoria, donde funge actualmente como cronista oficial de su ciudad:

 

Las clases eran en la tarde y en las noches y los martes era día de júbilo porque venía de La Victoria el “Maestro Oropeza”. Nos examinaba a todos, grandes y pequeños y al final, cuando la clase había terminado, se sentaban en la puerta los dos maestros (Oropeza Volcán y Ayala Romero) y tocaban los instrumentos que bien podían ser violín y cuatro o guitarra y violonchelo o bandolín y cuatro, ya que ambos tocaban magistralmente todos los instrumentos de cuerdas. Sus nombres están unidos para siempre en lo más hermoso de la vida consejeña.

 

Así, entre la poética del buen vivir, la docencia, la composición musical y su ¡alma de gran artista!, transcurrió la vida del maestro Pedro Ramón Oropeza Volcán, despidiéndose de este mundo terreno a sus 87 años, el 27 de julio de 1959.

 

 

Alexander Lugo Rodríguez

                                                                                      27/07/2021



domingo, 25 de julio de 2021

Maestro Antonio Carrillo ¡présteme su Bandolín! Autor: Alexander Lugo

“Vengo porque mi música siempre ha estado al pie de la justicia”. Con esta sentencia del maestro Antonio Carrillo, quiero iniciar esta remembranza y rendir un sencillo homenaje a este gran músico larense. Cuando a un cercano amigo suyo, el Dr. Manuel Rodríguez Cárdenas, abogado, poeta, y promotor cultural, se le quiso desmeritar de su importante trabajo de “arte popular”, se presentó el maestro a ofrecerle en respaldo su apoyo y brindarle un solidario reconocimiento con lo más sublime de su espíritu, su música:

“Y así estuvo por más de tres horas consecutivas, sin decir una palabra, nos ofreció el galardón más grande. A la hora de la partida, debajo de los luceros que se asomaban a millares por los barandales del cielo, nos entregó su vals Como llora una Estrella. El mismo que llevaba entre la boca a la hora de morir”.

 

Tengo en mis manos un hermoso libro de partituras con 42 de las obras del músico nacido en Barquisimeto el 29 de octubre de 1892: “Homenaje al Maestro Antonio Carrillo”. Fue una edición del año 1978 del Ministerio de Información y Turismo. Su propósito se nos presenta en la primera página:

“Se pretende con esta publicación rendir justo homenaje al maestro Antonio Carrillo, señor del bandolín, en reconocimiento a su fecundo trabajo desbordante de resonancias telúricas, y devolver al pueblo de Venezuela esta obra de la cual es sólo el auténtico inspirador”.

 

De las 42 piezas presentadas, solo seis no serán valses: “Diana en Pasillo” y “Consuelo”, en ritmo de Pasillo, con sendas dedicatorias, la primera: “A mi distinguida nieta” y la segunda con una “Especial dedicatoria a la muy gentil Señora de Pineda Castillo”, dos Bambucos: “San Trifón” de 1916 y “Cardón Larense” para piano y dos voces “claras”. Las otras dos serán “El Toro” un Pasacalle y “Plenilunio”, Canción-Bolero, para Piano y Voz solista, estas tres últimas sin fecha señalada. La más antigua que se presenta es el Vals “Hortensia” de 1913, cuando contaba con 21 años. Las últimas son del año 1960: “Cristina” Vals para Piano y “Luz Marina”, Vals para Guitarra sola, escritas dos años antes de morir.

 

Destaca entre el grupo, su famoso vals “Como llora una Estrella”, en el manuscrito aparece la fecha de “Diciembre 1918”. Aunque se ha dicho que es una composición del maestro Carrillo de 1915, no hay evidencias de este hecho, así que asumimos la que aparece con una hermosa caligrafía en la copia del manuscrito, que seguramente heredó de su Maestro Pedro Istúriz Meneses, con quien estudió composición y armonía y aprendió a copiar música. También es importante destacar que su famosa Polka “El Saltarín”, grabado por un importante número de excelentes mandolinistas, no aparece en esta publicación.

 

Muchas historias rodean a su famoso vals “Como llora una Estrella”, ya vimos que esa era la melodía que tarareaba mientras lo trasladaban desde la ciudad de Quíbor, donde había sufrido un ACV, hasta su amada Barquisimeto, donde falleció a los dos días, sería un 13 de julio de 1962. Se dice que fue el Padre Carlos Borges, a quien le llevaba una serenata, y al interpretar su nueva composición y enterarse que aún no tenía nombre, dispuso: “Póngale Como llora una Estrella”. 





Este vals fue concebido de manera instrumental, como la mayoría de sus obras, sin embargo ha tenido en su historia hasta siete letras distintas. Entre ellas: la de Arnoldo Vivas Toledo, un músico de Los Teques, versión que fue grabada por Alfredo Sadel y el mexicano Marco Antonio Muñiz. Esta era la preferida del maestro Carrillo. En su primera parte dice:

 

Recuerdos de un ayer que fue pasión

El suave titilar que ayer yo vi

En tu dulce mirar tu amor sentí

Tu cara angelical, rosa de abril.

 

Otros que le han puesto letra son Napoleón Arráiz quien escribió dos distintas, el compositor Juan Ramón Barrios y otra del gran mandolinista y compositor Ricardo Mendoza. Existe una letra de Elisio Giménez Sierra, nacido en el pueblo de Atarigua, muy distinta a la cantada por Marco Antonio Muñiz y Alfredo Sadel, y que también se ha popularizado mucho. En su segunda parte dice:

 

Tú que por su ventana puedes ver

Asómate a la reja y dile que

Mi corazón suspira por su amor

Y yo me estoy muriendo de dolor

Dile que una palabra nada más

Que salga de sus labios podrá ser

La dicha de mi vida la felicidad.

 

Manuel Rodríguez Cárdenas lo bautizó como “El mejor bandolinista de América”: “así lo llamé yo, con el derecho que me da el haberme pasado lo más ancho de mi vida con el oído pegado a los sones que brotan de mi tierra”, enfatizó. Sus palabras nos remiten a la trascendencia de este importante músico: “por aquella su música, que arranca a pedazos y le desbordaba de los dedos, lo mismo que una rosa se asoma en el balcón del vaso y resume toda la inmensidad de Dios”.

 

Para despedirnos con la musa que brota de su música tan sublime, apreciemos una vez más las palabras de su entrañable amigo: “Oírle era estarse en actitud absorta, meterse en una barca de velas inflamadas, poner la mano en la corva mancera de un arado de voces arpadas y regresar con el alma repleta hasta los imbornales de espigas, lauros, algas, sol y caracoles. Oírle, en fin, era recibir el poderoso mensaje de la música que Dios puso en las cosas cuando pobló la tierra”.

 

Ese intenso y eterno mensaje de su música que nos dejara el alma “henchida de romántica ansiedad”, hará imperecedero el recuerdo del maestro Antonio Carrillo y su inmortal bandolín.

 

Alexander Lugo Rodríguez

Julio 2021 








viernes, 23 de julio de 2021

Fulgencio Aquino en un Sueño Revelado. Autor: Alexander Lugo

En sus manos de seda se talló la tersura y el espíritu de la memoria de su pueblo. Nació predestinado para darle forma definitiva a una música tan antigua como vital, que fue revelando los secretos de su espíritu y la nobleza de su alma.

 Ese pueblo de los tres golpes en su onomatopeya, esa calle donde sus pasos encontrarán su antigua huella, esa casa que albergó sus sueños, aquella montaña que silbó sus misterios y llenó de presentimientos su memoria, lo fueron definiendo.

Para él, las cuerdas del arpa también tendrán un misterio, que ira revelándose ardua y metódicamente:

 “Yo tengo como un mapa en la cabeza, pero de música…”.

 

Claudia Calderón lo abordó en la fibra de su espíritu y en la complejidad de su música: “Fulgencio desarrolla un código interno de memoria musical de gran complejidad y en formas extensas, el cual está comunicado directamente con la fuente de la improvisación… depurando una verdadera filigrana de texturas y de gestos musicales exquisitos”.

Su música penetra en los huesos, y palpita en la melancolía, y es triste en la madrugada y sangra en todas las horas que se le invoca:

“Para mí, tocar el arpa es el amor más grande que he conocido, aparte de mi mamá. Yo creo que no hay otra cosa que tenga más poder, ni iguale el poder de tocar el arpa”. 

 

Miguel Delgado Estévez, nos confiará: “Siempre sentíamos una admiración profunda a su trabajo, a su seriedad con lo que hacía. Debo recordar su inmenso legado, su formidable legado a la música venezolana y en particular a la música de los Valles del Tuy”.

Esa música de la zona central del país, con epicentro en Miranda y Caracas, música que irradia su luz hasta Aragua y Carabobo, será siempre el alma de los “Joropos”, aquellas fiestas familiares, de encuentros y comunión de los afectos y largas jornadas de bailes.

El Dr. Carlos Torrealba, nos refiere: “Fulgencio Aquino fue un representante insigne de una familia de Tácata, en la que había buenos bailadores y varios intérpretes del arpa central. Fulgencio dio a conocer su forma de tocar, su forma de hacer el joropo”.

 

Su música nos invade el alma y está siempre asomándose, como una melancolía:

“Como tantos, fabrica sus propios instrumentos y va configurando su propia técnica instrumental “viendo hacer” a los otros, a partir de un principio de aprendizaje autodidacta propia de la mayoría de los músicos populares y en armonía con un sentido colectivo con la ejecución de esa música, es decir, dentro de una tradición viva de canto, baile y festejo”, razona Claudia Calderón.

 



La “Revuelta” consiste en una serie de partes (danzas) enlazadas unas con otras formando un entramado de ricas texturas, algunos musicólogos la han comparado con la “Suite barroca” (quizás soñada por Fulgencio). Sus temas musicales, se denominan: Pasaje, Yaguazo, Camarones, Guabina, Marisela, Llamada del mono (o del coco).

 

El arpista aragüeño Pedro Sanabria nos aclara:

“La Revuelta no es comercial. De allí pues que esos “Pasajes”, esas “Revueltas”, sobre todo la “Revuelta” completa con “Pasaje”, “Yaguazo”, “Guabina” y “Marisela”, que se vuelvan a ejecutar va a ser difícil, de allí pues que, es triste como lo comercial acabó con algo tan hermoso, como fue la ejecución clásica de la música de nuestro Joropo”.

 

Claudia Calderón compara:

“El tipleo de las cuerdas de acero confiere una sonoridad inconfundible a esta música, que nos remite irremediablemente al timbre del Clavecín en el registro agudo, mientras que en el grave la sonoridad puede variar mucho, desde la cuerda suelta resonante, hasta el sonido pizzicato o apagado más seco y misterioso,…”.

 

Por su parte, Carlos Torrealba enfatizó: “Se conocen varias versiones de sus “Revueltas” que fueron grabadas y una de ellas, por cierto por la maestra pianista Claudia Calderón y tocata en el piano y presentada a nivel internacional. Fueron muchas las grabaciones que dejó el maestro Fulgencio, varias de ellas realizadas con Manuel María Pacheco, el conocido “Turpial mirandino”. También llegó a grabar con el maestro Margarito Aristiguieta. Una características interesante en algunas de sus grabaciones, es que él dejaba espacio para que el oyente, -o el que comprara su trabajo-, pudiera disfrutar de sus manos sobre el arpa, es decir del trabajo instrumental. En este sentido se encuentran, como ya dijimos, “Revueltas” y varios “Golpes” también, grabados de manera instrumental para que fueran apreciados”.

 

Ismael Querales nos confesará:

“Recibía clases dos veces por semana y eso era conversar y conversar, pero yo lo que menos hacía era estar atento a las clases, a mí lo que más me gustaba era sentarme a ver al maestro Aquino, con esas manos tan hermosas que tenía, como las movía en el arpa… todo lo que hacía, y todos los cuentos que me echaba”.

 

Hay una palabra clave para el maestro Fulgencio Aquino en su desarrollo como gran músico:

“Siento muchas cosas… Por el interés y la virtud que he tenido desde chiquito y el fundamento, porque para llegar a estas alturas con la música tiene que tener la responsabilidad sobre todo, porque si uno sale con la inteligencia para tocar el arpa y no tiene fundamento, no vale nada”.

A este respecto el pianista “Chuchito” Sanoja, destaca:

“Como todo un venezolano sencillo y ejemplar, Fulgencio llamó “fundamento” a la “probidad”. Ese “fundamento” purificó la “Revuelta” mirandina hasta convertirla en el más grande, complejo, desconocido e irrepetible legado musical venezolano. Razón tenía Yehudi Menuhin cuando dijo que Fulgencio Aquino era nuestro Johann Sebastian Bach”.

 

Esa línea directa que se establece en la música que se desarrolló en el centro de Europa a partir de siglo XVII (de 1600 a 1750, año de la muerte de Johan Sebastian Bach), denominada luego por los musicólogos como “Período Barroco” y las “Revueltas” y Golpes de Fulgencio Aquino, nos es reseñada en varias ocasiones:


Claudia Calderón: “Nos hallamos frente a un maestro de la talla de Rameau o Couperin, Domenico Scarlatti o el padre Antonio Soler, compositores que cristalizaron en su música escrita el repertorio procedente de la tradición oral de piezas y danzas populares plebeyas y cortesanas”. 

Miguel Delgado Estévez: “En una ocasión estaba de visita en mi casa un guitarrista australiano y le puse a oír la música del maestro Aquino (el disco “Golpes y Revueltas”) y él estaba pero sorprendido de cómo esa música podía existir en esta tierra, inclusive él me decía: “chico pero eso es Bach, eso es Corelli, eso es Vivaldi”, asociaba la música del maestro Aquino con los grandes maestros del Barroco. En otra ocasión estuvieron en mi casa, hace muchos años, Silvio Rodríguez y Pablo Milanés, con quienes siempre nos unió una gran amistad, y les mostré también el trabajo del maestro Aquino, y ellos manifestaban su sorpresa de cómo esa música podía existir en gente del campo venezolano, cuando ahí había una referencia de la música de los grandes maestros del barroco”. 

“Cheo” Hurtado: “Bueno Fulgencio es… comparar esa “Revuelta” tan rica, como dijo el cuatrista Ángel Martínez que si lo que compuso Fulgencio hubiese sido de Bach sería de las composiciones más famosas y más apreciadas en el mundo. Definitivamente el arpa de Fulgencio Aquino ha demostrado que la música de Bach alguna vez fue popular, ahí está el ejemplo venezolano de lo que ha llegado a ser música clásica o barroca… ese es Fulgencio Aquino para nosotros los venezolanos y bueno se merece todos los elogios, que se quedarían cortos delante de la magnitud y el legado que nos dejó”.



Definitivamente esos grandes maestros del periodo renacentista y barroco de la música académica, tienen su origen en el pueblo, puesto que ahí está la raíz, está la esencia y el espíritu de aquella música. Las manos prodigiosas en las cuerdas de metal, y de naylon y de cuero de aquella arpa tuyera, del maestro Fulgencio Aquino nos lo revela así. Algunas apreciaciones de importantes arpistas sobre el legado de Fulgencio Aquino, nos ilustran su grandeza:


Fernando Guerrero:El maestro Aquino fue el más fino de los arpistas del arpa central, además un compositor muy interesante de música muy bella, probablemente, a mi entender, el mejor arpista de los clásicos antiguos. Merece un homenaje y merece no ser olvidado”.

Pedro Sanabria: “El maestro Fulgencio Aquino fue uno de los iconos del arpa en nuestra zona central”.

Yustardi Laza (“el príncipe del arpa”): “Yo diría que el maestro Fulgencio Aquino, maestro de maestros, nos dejó un gran legado que cada día está más vivo que nunca. Para mí el maestro Fulgencio Aquino es decir “el Juan Vicente Torrealba del joropo tuyero”. El cual siempre desde niño admiré en mis comienzos en el arpa, fue una guía y es una referencia obligatoria dentro de nuestro joropo. Hay que recordar al maestro Fulgencio Aquino con todo el cariño y seguir tocando su música que cada día está más viva entre todo nosotros los que hacemos vida dentro del joropo tuyero”. 


De los sueños revelados del maestro Fulgencio, baste esta referencia que nos contara Ismael Querales:

“Recuerdo que una vez me echó el cuento de un sueño que tuvo con un gallo: y haciendo su trabajo de jornalero se perdió, perdió a los compañeros, pero era en el sueño, y él comenzó a caminar por ese monte, por esa selva, y vio una luz a lo lejos, y vio un baile y oía un arpa, era un baile que estaba sonando lejos, entonces se fue acercando y cuando llega a la puerta el que tocaba el arpa era un gallo. Y el gallo le dice: “maestro Aquino ¿cómo está, qué hace usted por aquí? Acérquese aquí para enseñarle algo”. Entonces el gallo le enseñó un “pasaje”, y él, cuando soñaba (con la música) tenía la costumbre de levantarse en la mañana y repasarla en el arpa, repasó su pasaje en el arpa, y bueno se lo aprendió. Él después tenía una disyuntiva y nos preguntaba a nosotros, inclusive estaba Rafael Salazar, nos preguntaba después que él tenía una disyuntiva que era que había que registrar el “pasaje” pero no sabía quién era el autor, si era de él o del gallo”.

Se acaban de cumplir 27 años de su partida, ocurrida el 21 de julio de 1994 a la edad de 79 años. Había nacido un primero de enero de 1915 en el caserío “Sabaneta” del pueblo de Tácata –el pueblo de los tres golpes- en los Valles del Tuy del estado Miranda.

 

-Alexander Lugo Rodríguez-

Julio 2021



 


 


 23/07/2021 





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